Evocación

    (évocation) [del latín vocare, y e o ex: de, fuera de]. Estas dos palabras de ninguna manera son sinónimos perfectos, aunque tengan la misma raíz vocare: llamar; es un error emplear la una por la otra. «Evocar es llamar, hacer venir hacia sí, hacer aparecer mediante ceremonias mágicas o encantamientos. Evocar almas, Espíritus, sombras. Los necromantes pretendían evocar las almas de los muertos» (Academia Francesa). Entre los Antiguos, evocar era hacer salir las almas de los Infiernos para que atendiesen al llamado. Invocar es llamar en sí o en nuestra ayuda a un poder superior o sobrenatural. Se invoca a Dios por la oración. En la religión católica se invoca a los Santos. Toda oración es una invocación. La invocación está en el pensamiento; la evocación está en el acto. En la invocación el ser al cual os dirigís os escucha; en la evocación él sale del lugar en que se encontraba para venir a vosotros y manifestar su presencia. La invocación sólo se dirige a los seres que suponemos lo bastante elevados como para asistirnos; en cambio, se evoca a los Espíritus inferiores tanto como a los Espíritus superiores. «Moisés prohibió, bajo pena de muerte, evocar a las almas de los muertos, práctica sacrílega en uso entre los cananeos. El capítulo XXII del Segundo Libro de los Reyes habla de la evocación de la sombra de Samuel por la pitonisa». Como se ve, el arte de las evocaciones remonta a la más alta Antigüedad; se lo ha de encontrar en todas las épocas y entre todos los pueblos. Antaño, la evocación era acompañada de prácticas místicas, ya sea porque las considerasen necesarias o para ostentar el prestigio de un poder superior, lo que es más probable. Hoy en día se sabe que el poder de evocar no es de manera alguna un privilegio: pertenece a todo el mundo, y todas las ceremonias mágicas y cabalísticas no eran más que un vano aparato. Según los Antiguos, todas las almas evocadas, o se hallaban errantes o provenían de los Infiernos, que –como se sabe– comprendían los Campos Elíseos tanto como el Tártaro; esa expresión no tenía entonces ninguna interpretación negativa. En el lenguaje moderno, el significado de la palabra infierno (enfer) se ha restringido al de morada de los réprobos, de donde se sigue que a la idea de evocación se ha venido a agregar –para ciertas personas– la de Espíritus malos o de demonios. Pero esta creencia se desmorona a medida que se adquiere un conocimiento más profundo de los hechos; por ello es la menos extendida entre todos aquellos que creen en la realidad de las manifestaciones espíritas: no puede prevalecer frente a la experiencia y ante un razonamiento exento de prejuicios.

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