Anastasio García López
El Dr. Anastasio García López (Ledaña, Cuenca, 27 de abril de 1823-Sevilla, 1 de mayo de 1897), fue un destacado médico, cirujano, homeópata, hidrólogo, político y espiritista. Un personaje polifacético en todo caso, destacando su labor escrita, tanto a través de sus libros como del periodismo.
Demócrata y republicano, fue diputado a las Cortes en 1873.
Alumno destacado
Huérfano de padre a la edad de cinco años, los constantes afanes maternales lograron que empezara en 1838 los estudios de Filosofía en el Seminario e Instituto de segunda enseñanza de Murcia hasta 1841, donde obtuvo el grado de bachiller en Filosofía con las mejores notas.
En 1841 comenzó los estudios de médico cirujano en el Colegio de Medicina de San Carlos de Madrid, hasta que, en el año 1848, obtiene el título de Licenciado con matrícula y premio extraordinario.
Fue alumno interno, pensionado, desde 1843 hasta 1848.
En diciembre de 1847 obtendría el de regente de segunda clase de filosofía, en psicología y lógica, por unanimidad. De Filosofía y Letras algunos años después. Y el de Doctor por la Universidad de Salamanca en 1870.
Exitosa Carrera
Como licenciado en Medicina y Cirugía, se desempeñó en distintos pueblos de la Península, entre ellos como médico titular de Cebreros (Ávila), Navalperal de la Mata (Cáceres).
Inauguró su carrera facultativa como Cirujano titular de Aragoncillo (Guadalajara), y fue sucesivamente Subdelegado de Sanidad de Avila (26.2.1849), titular y Subdelegado de Navalmoral de la Mata (26.1.1850), Médico por oposición del Hospital Provincial de Soria (27.6.1857), catedrático de Fisiología e Higiene de la Universidad de Salamanca (1869 a 1871), juez del Tribunal de oposiciones a cátedras de Historia Natural de los Institutos de Avila y Cáceres (23.10.1889).
Subdelegado de Medicina al poco tiempo, comisionado por el Gobierno para estudiar una epidemia especial en los pueblos de Casatejada y Serrejón, y analizar las aguas de la Fuente del Oro.
Subdelegado de Sanidad y titular de Medinaceli.
Médico director por oposición del Hospital Provincial de Soria.
Ingresando también por oposición en el Cuerpo de médicos directores de baños minerales de España, siéndolo de los de Cestona, Alhama de Aragón, Panticosa, Ledesma, Caldas de Oviedo y Archena.
Auxiliar de Medicina legal y Toxicología en la Universidad de Salamanca, donde en el año 1868 obtuvo el grado de doctor en Medicina, leyendo un notable discurso sobre el croup y su tratamiento homeopático, que fue muy aplaudido.
Regente más tarde de la cátedra de Psicología y Lógica en la Universidad Central, donde pasó con nota de sobresaliente un curso especial de lengua griega y otro de Economía política.
Fue también diputado republicano en las Cortes Constituyentes de 1873.
Premios y condecoraciones
A lo largo de su vida se hizo merecedor de innumerables distinciones honoríficas por su abnegación y desinterés demostrado, como en la epidemia colérica de 1855, siendo médico titular de Medinaceli. Época en la cual asistió gratuitamente a los coléricos de otros pueblos circunvecinos, y más tarde en la de 1865 en Madrid, ofreciendo gratuitamente sus servicios a la Junta de Beneficencia para asistir a los pobres afectados en el distrito de Buenavista, por cuyos importantísimos servicios fue condecorado con la Cruz de Beneficencia de primera clase, que compensó en parte la propuesta y Real orden de 5 de Abril de 1850, no realizada, para la cruz de epidemias por los valiosos servicios prestados en la primera epidemia colérica de los pueblos de Medinaceli y limítrofes, mereciendo también por su laboriosidad y poderosa iniciativa ocupar puestos distinguidos en numerosas Sociedades científicas y literarias, de que fue miembro y presidente.
Obtuvo la Cruz de Carlos III, la de primera clase de Beneficencia y la blanca de primera clase de los Caballeros de Italia.
Por su obra sobre Hidrología Médica fue premiado por la Real Academia de Medicina con el Premio Rubio en 1876.
Por la Exposición Nacional de Minería y Aguas minerales en 1883 (medalla de plata, la más alta distinción por entonces), y en 1888 por la de Barcelona (medalla de oro).
Obtuvo otros numerosos reconocimientos dentro del campo de la hidrología y de la homeopatía en diversos países de Europa.
Hidrólogo
Destacado hidrólogo, como director de baños ejerce en los de Ledesma, Alhama de Aragón y Archena, siendo presidente también de la Sociedad Española de Hidrología Médica.
En 1875 aparece su Hidrología Médica (2.ª ed., ampliada, de la que primero sale en 1869), con la que consigue el premio Pedro María Rubio de la Real Academia de Medicina en 1877, que obtiene notable difusión en España, y por la que será conocido en el extranjero; es un tratado sobre el tema con nociones de hidrografía, geografía, geología y climaterapia, que estudia los efectos fisiológicos y terapéuticos de las aguas minerales, así como las diferentes patologías y los modos de aplicación de los medicamentos hidrológicos. Aunque con inquietud más amplia, pues ya antes había dedicado su atención a otros apartados concretos de la medicina (La intoxicación paludiana o el paludismo, 1861) o luchado contra el charlatanismo médico y la incultura en general (Cartas críticas sobre la medicina y los médicos, 1871).
A él se debe, en unión de otros médicos directores de baños, la creación en 1876 de la Sociedad Española de Hidrología Médica, de la que fue presidente muchos años, y la fundación del periódico Anales de Hidrología, que dirigió y en el que colaboró por largo tiempo, siendo también socio honorario y correspondiente de todas las Sociedades de Hidrología de Europa, mereciendo especialmente en Francia e Italia distinciones y diplomas por sus importantes trabajos en esta rama de la medicina.
Homeópata
Siete años de práctica de la medicina tradicional fueron bastante para llevar al ánimo del Dr. García López el desencanto de los éxitos que soñara obtener en beneficio de la humanidad doliente confiada a sus cuidados. La gota que colmó su vaso, fue una neuralgia que en vano trató de combatir y de curar en un cliente con los medios ordinarios que la antigua medicina aconsejaba.
Conocedor del nuevo método del Dr. Hahnemann, ensayó en aquella enfermedad rebelde los medios indicados, consiguiendo con satisfacción y con sorpresa la curación de aquel mal que había resistido a su pericia en los tratamientos más recomendados.
Desde entonces – corría el año 1855 – dedicó todo su talento y sus afanes a profundizar y a ensanchar cada vez más sus conocimientos en el método homeopático, dirigiendo su investigación no solamente a los principios fundamentales de esta escuela esencialmente vitalista y como tal en perfecta armonía con las convicciones filosóficas que hacía tiempo profesaba, sino también a la materia médica de Hahnemann, fuente inagotable de saludables indicaciones terapéuticas.
En el campo de la homeopatía se le considera máximo representante de la corriente científica, frente a José Núñez Pernía (corriente ortodoxa) o Joaquín de Hysern (línea ecléctica).
En 1869, siendo por entonces director de los baños de Ledesma, la coyuntura política posterior a “la Gloriosa” que favorece la creación de una facultad libre de Medicina en la Universidad de Salamanca, le permite acceder a la cátedra de Fisiología (a la que más tarde renuncia, ya que, en consonancia con su ideología republicana, se niega a prestar el juramento que a los funcionarios públicos se exige en la época de Amadeo I de Saboya), impartiendo en 1871 un curso libre de Medicina Homeopática.
Sus enseñanzas, las primeras de esta doctrina en una universidad española, se condensan en el libro Lecciones de medicina homeopática (1872), la obra que mejor resume su pensamiento acerca de esta doctrina médica, donde desarrolla ampliamente el principio del dinamismo vital (precedida en 1868 por Del estado de la doctrina homeopática y de su porvenir en la ciencia).
De vuelta a Madrid, contribuye en 1872 a elaborar el proyecto del Instituto Homeopático y Hospital de San José en Madrid, centro de docencia, investigación y práctica quirúrgica, que se inaugura en 1878 y en el que imparte la lección inaugural. Fue gracias a su iniciativa que la Sociedad Hahnemanniana Matritense aprobase el proyecto que dio origen a la fundación del Instituto Homeopático y Hospital de San José, llevada a feliz término por el Dr. Marqués de Núñez, quién dotó a España del por muchos años único Centro docente de la doctrina homeopática, asilo a la vez de enfermos que fueron tratados por tan benéfico método curativo.
El Instituto Homeopático y Hospital de San José es el primer hospital de España dedicado a la homeopatía. Está situado en el número 3 de la calle de Eloy Gonzalo en Madrid. Fue construido entre 1874 y 1878 bajo la dirección del arquitecto José Segundo de Lema. La planta tiene forma de U (cuerpo central con dos pabellones laterales), con cuatro enfermerías y una estancia cubierta para convalecientes. Tiene 3.835 metros cuadrados y fue declarado Bien de Interés Cultural por Decreto de 30 de enero de 1997.
Presidente de la SHM, y honorífico de la Academia Médico-Homeopática de Barcelona, que en 1890 se funda en torno a Juan Sanllehy.
Colaborador, entre otras, y director de la revista homeopática más destacada por entonces, El Criterio Médico (1860-1890).
Obtuvo innumerables éxitos con la terapéutica Hahnemanniana en el Hospital de Soria, sobre todo en una epidemia de viruela que allí se declaró, logrando salvar a la mayor parte de los enfermos ingresados por tal motivo en aquel benéfico asilo.
Medinaceli y los pueblos inmediatos también fueron testigos también de los brillantes resultados que García López consiguiera en la epidemia colérica de 1855 aplicando el método homeopático, resultados que repetiría brillantemente diez años más tarde, de nuevo en Madrid, donde en 1865 otra epidemia de cólera llevó el luto a muchas de las familias de la capital española.
Tan notables fueron las estadísticas del tratamiento homeopático del cólera en aquella fecha, entre ellas las del Dr. García López, que llamaron la atención hasta de los adversarios del método del Dr. Hahnemann, quienes llegaron a negar su exactitud, para después reconocerla ante la autenticidad de los hechos enunciados.
Fue Secretario general de la Sociedad Hahnemanniana Matritense, durante muchos años redactor del periódico El Criterio Médico en el cual, entre multitud de artículos notables, sobresalen sus famosas Cartas críticas sobre la medicina y los médicos, que después se publicaron en edición separada en la ciudad de Salamanca.
También a Barcelona llevó su iniciativa el año 1889 para la fundación de una Academia y de un Hospital homeopático, creándose después la Academia Homeopática Barcelonesa, de la que fue presidente honorario el Dr. García López. La Revista de Homeopatía fue el órgano oficial de dicha Academia.
Espiritista
Fue introductor también del Espiritismo en España, presidente de la Sociedad Espiritista Española y fundador de su órgano de expresión, El Criterio Espiritista (1868), del que fue director en varias etapas.
Fue fundador de la Sociedad espiritista denominada La Fraternidad Universal y del periódico del mismo título, donde publicó artículos filosóficos y dio innumerables conferencias, no ya tan sólo sobre la doctrina espiritista, sino sobre todas las ramas del saber humano en las que su poderosa inteligencia alcanzó altos vuelos.
Anastasio García López fue uno de los diputados que presentaron y suscribieron el proyecto de ley sobre el estudio del Espiritismo en la enseñanza secundaria y universitaria, ver El Espiritismo en las Cortes Españolas.
Sobre cómo es que se hizo espiritista, él mismo lo cuenta y lo reproducimos tal cual, fue publicado en la revista El Buen Sentido (Lérida, octubre de 1882).
Mi Conversión al Espiritismo
Cuando mi buen amigo Huelves (Se refiere a Joaquín Huelves Temprado) publicó en El Buen Sentido un artículo encaminado a explicar cómo había él llegado a ser espiritista, invitando a otros a que escribiesen también su conversión a esta doctrina, me pareció un pensamiento aceptable, como todos los suyos, y me creí obligado a seguir su ejemplo, correspondiendo de este modo a los deseos del benemérito adalid de nuestra escuela, D. José Amigó y Pellicer, a quien hace tiempo ofrecí enviarle la presente nota, que he redactado con el recuerdo de mis creencias pasadas y es, por lo tanto, la expresión fiel de la evolución de mi espíritu desde que tuve uso de razón.
Desde muy niño, cuando apenas tenía tres años, perdí a mi padre, y mi educación quedó, por consiguiente, al exclusivo cuidado de mi virtuosa madre, imbuyéndosenos todo lo que constituye el dogma de la iglesia católica romana. Mas ya en aquella tierna edad mi razón infantil se rebelaba algún tanto contra lo que me decían eran misterios y yo hacía multitud de preguntas a mi madre y a otras personas que merecían mis respeto, ora sobre el pecado original, ora sobre la confesión y la comunión, ora sobre el cambio sustancial del vino y de la ostia en carne y sangre de Cristo, y sobre otra porción de asuntos que se resistían a mi inteligencia y con cuyos problemas me hacía impertinente casi siempre, imponiéndoseme silencio con la máxima de que todas esas y otras cosas debía creerlas sin que jamás me inspirasen dudas, porque la fe en lo que enseñaba la Iglesia estaba por encima de lo que mi razón me sugiriera.
A fuerza de inculcarme esas ideas llegué a ser católico, apostólico, romano tan ferviente, que hubiese arrostrado el martirio antes que abjurar de mis creencias, y me entusiasmaban y hasta envidiaba la suerte de los santos que habían dado su vida por defender la religión católica.
Terminada mi instrucción primaria y de la gramática latina, ingresé en el Instituto Provincial de Murcia en una época en la cual el liberalismo imperaba ya en España, y el personal de profesores de aquella ciudad era un plantel de ilustrados jóvenes que vertían entre sus alumnos ideas enteramente opuestas a las que yo había recibido en la escuela y en el hogar doméstico. Mis estudios de psicología por Condillac y otros autores de su mismo sistema, que eran los señalados de texto; las nociones que se me dieron sobre astronomía y de ciencias naturales y físico-químicas; todo lo que, en una palabra, formaba el conjunto de mi segunda enseñanza, abrió para mis nuevos horizontes y mi espíritu entró en una fase enteramente opuesta a la anterior.
Mi afición a la lectura hizo que no me limitase a los libros de las asignaturas, sino que devoré otros muchos con la misma avidez que antes había leído “El Año Cristiano”, “El Martirologio”, “El Flos Sanctorum”, “El Evangélico Triunfo” y otros muchos de este género que habían contribuido a fortalecer mi fe, los cuales sustituí después con “La Moral Universal” y “El Buen Sentido” por el Barón d’Olbach, con “El Origen de los Cultos” por Dupuy, “Las Ruinas de Palmira” por Volvey, y otros análogos. Pasé, pues, del fanatismo católico al fanatismo materialista, en cuyas últimas creencias me afirmé más cuando emprendí la carrera de médico, cuyos estudios, tal como se hacían en mi época en Madrid, conducían a ellas, como conducen hoy todavía.
Hubo en mí una circunstancia especial que preparó mi razón para seguir más tarde por otro sendero, y fue la de simultanear con la carrera de medicina la de ciencias filosóficas, con cuyo motivo me aficioné a lo que por entonces se venía llamando filosofía alemana, y atravesando por la multitud de dudas que siempre asaltaban a mi espíritu, fue la postrera evolución de mis creencias la del panteísmo. Nunca fui escéptico ni ecléctico, y me sentía con una necesidad irresistible de conocer las causas de todos los fenómenos, así del orden físico como del orden moral; y como que desde que mi razón tuvo la consistencia que le es propia, no me explicaba todos los problemas de la vida ni todos los fenómenos de la naturaleza, ni por el catolicismo romano, ni por el materialismo, ni por el panteísmo, fui pasando por todas estas doctrinas, que admitía y desechaba después, fijándome últimamente en la panteísta, porque era la que menos vacíos dejaba a las aspiraciones de mi inteligencia y de mi conciencia. Pero, aun así y todo, no quedaba satisfecho por completo mi espíritu, que aspiraba siempre a buscar el porqué de todas las cosas.
En el orden fisiológico yo conocía el funcionamiento orgánico, pero ni la histología ni la química me explicaban el sonambulismo natural ni el provocado, de los que había tenido ocasión de observar muchos casos, como también otros de presentimientos y adivinaciones en varios estados patológicos de algunos de mis enfermos. Tampoco me daba razón por la química orgánica ni por la estructura de los tejidos, de estados letárgicos prolongados, de muertes aparentes, ni del hecho curiosísimo que había leído de haber personas que por una educación especial llegaban a adquirir condiciones fisiológicas a propósito para sumergirse voluntariamente en una muerte temporal, suspendiéndose por un tiempo largo la circulación, la respiración, la nutrición y las secreciones, como lo hacen algunos faquires de la India. Otros muchos fenómenos de orden fisiológico y patológico, cuya causa en vano yo inquiría, eran un estímulo permanente que impulsaba mi razón y mi imaginación a buscar teorías o a inventar hipótesis que me diesen la clave de tales hechos.
En el orden moral buscaba también la justificación de tantos sucesos, al parecer anómalos, contradictorios y nada equitativos ni armónicos. ¿Por qué hay seres que nacen condenados a vivir en la miseria y en la ignorancia, siendo su vida un encadenamiento de dolores y sufrimientos de todo género, no obstante, su conducta ordenada y tener condiciones orgánicas y de espíritu para entrar en la participación del bienestar de la humanidad, al paso que hay tantos malvados y tantos imbéciles que nacen y viven en medio de la opulencia, siendo su vida una vida de goces no interrumpidos? ¿Por qué hay, al parecer, tantas injusticias sociales, tantas iniquidades en la humanidad, tantas desigualdades entre los hombres? ¿Qué objeto tienen los seres que nacen y mueren sin haber llenado ninguna misión en la tierra? Estos y otra multitud de problemas me venía yo planteando y les buscaba su razón de ser en la hipótesis del panteísmo, del ateísmo y del espiritualismo teológico, sin que ninguna de ellas dejase satisfecho mi entendimiento ni mi conciencia.
Había oído hablar alguna vez del Espiritismo, pero nada había leído ni visto y juzgaba como absurdo lo poco que conocía de esa doctrina, no obstante que ya por aquella época se me presentaban espontáneamente algunos fenómenos insólitos que yo me explicaba como producto de acciones de magnetismo biológico, entre ellos dos relacionados con la pérdida de un hijo mío acaecida cuando tenía la edad de 12 años. Fue el primero un presentimiento de su muerte cuando él se hallaba en completa salud, siendo invadido, a poco tiempo de ese presentimiento, de un tifus que me lo arrebató en pocos días. El segundo hecho fue la aparición de este hijo querido, el cual vi la misma noche del día de su defunción, hallándome a oscuras en mi dormitorio, presentándoseme como formado por un gas luminoso, parecido a la luz que da el fósforo cuando se le frota entre los dedos estando uno en la oscuridad. Estos dos hechos impresionaron fuertemente mi espíritu, mas procuré hallarles la explicación dentro de mi filosofía panteísta y de mis teorías sobre el magnetismo.
Sin embargo de esto, la duda se apoderaba de mi espíritu acerca de esos fenómenos y elaboraba hipótesis en mi pensamiento para buscar explicaciones que satisficieran más mi razón, y algunas estaban de acuerdo, según pude apreciarlo después, con la doctrina espiritista que yo no conocía. Y tanto en esto verdad, que habiendo publicado una novela, titulada “La magia del Siglo XIX”, por encargo de un editor, sin yo saberlo ni conocerlo salió una novela que contiene la narración de muchos fenómenos espiritistas explicados con arreglo a esta doctrina.
Cuando tuve la aparición de mi hijo, me entró gran deseo de concurrir a alguna de las reuniones de los espiritistas, y averigüé se juntaban unos cuantos, en casa del entonces coronel de ingenieros, Sr. Pérez de Rosas. Híceme presentar a este caballero y obtenido su consentimiento para asistir a las sesiones semanales, fui a la primera que tuvo lugar después de mi visita. No conocía a ninguna de las personas que formaban aquella tertulia, cuyas conversaciones y cuyo lenguaje eran desconocidos para mí. Me hablaron de las facultades medianímicas de varios de ellos, cosa que por el pronto no comprendí hasta que fui viendo lo que en la reunión se hacía. Debo confesar que mis primeras impresiones fueron desfavorables y creí hallarme en una reunión de ilusos, faltos de sentido común. Me invitaron a que preguntara lo que quisiera a cualquiera de los médiums y habiéndome sentado junto al Sr. Huelbes, a quien veía por vez primera, éste me dijo que si acudían a nuestra evocación espíritus que le inspirasen las contestaciones a mis preguntas, él me las daría inmediatamente.
Evocamos a Samuel Hahnemann, y habiendo escrito a poco el Sr. Huelbes: “Aquí está”, comencé a plantear una serie de problemas dificilísimos sobre medicina homeopática, y apenas había formulado uno, cuando ya comenzaba el médium a escribir con admirable rapidez, llenando pliegos cuya lectura me sorprendió por la corrección del estilo y por los conceptos elevados con que resolvía las cuestiones que yo planteaba. Entusiasmado con este experimento, no presté atención a los demás hechos de la sesión, y era para mí inexplicable la manera como se escribían aquellos magníficos artículos, que podían figurar en un periódico científico, tan de repente y sin mediación previa, en medio de los ruidos y de las conversaciones que había en la sala, por una persona no versada en las ciencias médicas, pues el Sr. Huelbes, aunque años después estudió medicina, entonces era muy joven y estaba cursando derecho en la facultad.
Mi sorpresa subió de punto cuando, terminadas las comunicaciones sobre cuestiones de homeopatía, evoqué el espíritu de mi hijo y el Sr. Huelbes me dijo que lo estaba viendo tal como era cuando vivía, y no obstante que no lo había conocido ni yo le había suministrado ningún dato, me lo describió tal cual había sido, detallando sus facciones, su color, el traje con que se le amortajó y todas las minuciosidades necesarias para convencerme de que realmente Huelbes veía a mi hijo. Este me dio seguidamente una comunicación de nuestra vida íntima, empleando el estilo y ciertas frases que le eran propias y características, en tales términos que, cuando Huelbes me lo leyó, me parecía que estaba oyendo hablar a mi hijo. Para que no me quedase vestigio alguno de duda, la comunicación estaba firmada con la inicial E, y mi hijo se llamaba Emilio, cosa que ignoraba el Sr. Huelbes, como igualmente todas las personas de aquella reunión.
Al retirarme a mi casa mi cabeza estaba como un volcán. No pude dormir en toda la noche y a la mañana siguiente mi primera ocupación fue ir a la librería de Bailly-Balliere a comprar todas las obras que tuviese de Espiritismo. Se abrió para mí un nuevo horizonte, había encontrado la clave de todos los problemas que por tantos años agitaron mi espíritu, buscando su causa y su explicación en todas las filosofías sin haberme dejado nunca satisfechas mi razón ni mi conciencia. Durante algunos meses me entregué de lleno a la lectura de los libros de Allan Kardec, asistía a las reuniones de casa del Sr. Pérez de Rosas, mi mujer y mis hijos se hicieron también espiritistas, nos dedicamos en mi casa y con los individuos de mi familia a ensayar la producción de fenómenos y obtuvimos cosas tan portentosas como no las he visto después en ningún círculo de los muchos a que he asistido. Dos sobrinos míos resultaron médiums con muchas facultades, entre otras la de sonambulismo lúcido con visión del provenir. Pude hacer con tales elementos no solamente la comprobación experimental de la verdad de mis nuevas creencias, sino una extensa propaganda entre mis parientes y en mis relaciones sociales, habiendo desde entonces puesto mi actividad al servicio de la escuela espiritista, sin temor a las censuras ni al ridículo de que con frecuencia he sido objeto, ni mucho menos a las excomuniones que los obispos de Salamanca y el Burgo de Osma fulminaron contra mí con ocasión de un folleto que publiqué, titulado “Exposición y defensa de las verdades del Espiritismo”.
He aquí reseñado como yo me hice espiritista y porqué permanezco en estas creencias. Encontré en ellas el concepto que mi conciencia buscaba sobre la causa primera; conocí hasta donde le es posible a la inteligencia del hombre de la tierra, al Dios de la ciencia, muy diverso del Dios de las religiones positivas; ya no rechazaba mi razón el espiritualismo, sino que, despojado de la ontología con que me le dieron a conocer, había llegado a la posesión de medios para demostrar, práctica y experimentalmente, la existencia del espíritu, la perpetuidad del ser, su permanente individualidad a través de múltiples organismos y en muchos mundos, constituyendo todos los espíritus la humanidad esparcida por todo el Universo y siendo, por tanto, cada planeta una ciudad habitada por seres inteligentes y perfectibles. Desde entonces tuve la solución a todas mis anteriores dudas, pude ver resueltos todos los problemas de la vida individual y social, comprendí el progreso como una ley ineludible y la religión armonizada con la ciencia. Se disiparon los hechos sobrenaturales a que tan refractaria había sido siempre mi razón y vi que esos fenómenos portentosos, referidos como una realidad en todas las épocas y en todas las civilizaciones, estaban subordinados a leyes naturales que no se habían conocido ni investigado y que solamente con la doctrina espiritista se les hallaba la causalidad y la razón de su existencia. Ya no se me hizo imposible la revelación, toda vez que comprendí la evidencia de las comunicaciones entre los vivos y los espíritus que se hallan en la erraticidad o en la vida libre y, por lo tanto, la ciencia armonizada con la fe razonada encontraba un auxiliar en esas revelaciones para ampliar la esfera de sus conocimientos. El Espiritismo me hacía ver las leyes providenciales en la creación entera y en la marcha y desarrollo de la humanidad; comprendí la religión única y universal, sin templos, culto ni sacerdotes, porque su templo es el espacio infinito y la infinidad de mundos que ruedan eternamente en el inmenso piélago de la materia cósmica, cuya esencia es la inteligencia absoluta y cuyo dogma es el trabajo que eleva el alma hasta Dios, el estudio de las leyes de la naturaleza, a favor del cual se le comprende cada vez mejor, y la práctica de la caridad y el amor a todos los seres, mediante lo que el espíritu progresa y se perfecciona eternamente, desapareciendo esos mitos del infierno, el purgatorio y de la beatitud inmóvil de las religiones positivas, como otros tantos errores que han servido de rémora al progreso humano.
Ciertamente que, a pesar de esta amplitud de mi razón a favor de las verdades del Espiritismo, queda todavía una aspiración en mi alma a penetrar problemas que mi inteligencia y mi conciencia se plantean sin encontrarles una solución que me satisfaga: pero el Espiritismo me enseña también que no puedo, en las condiciones actuales de mi existencia, llegar a esas esferas de conocimientos que quisiera yo poseer, y hasta en mis dudas y en mi ignorancia me sostiene y alienta, porque se llegará un tiempo en que, a favor de sucesivos perfeccionamientos que acumularé en los millares de vidas que tendré en miles de mundos, mi inteligencia habrá desplegado nuevas facultades que ahora no tiene y serán más profundas y extensas las actuales, acrecentándose a proporción de esto mis conocimientos sobre Dios y sus obras, o sea, sobre la Naturaleza, e iré satisfaciendo este deseo que tengo de saber siempre más.
Y he aquí explicado cómo y porqué soy yo espiritista.
Madrid, octubre de 1882.
La publicación del folleto Exposición y defensa de los verdaderos fundamentos del Espiritismo, le lleva a algún conflicto con la Iglesia católica, bien que menor (su excomunión por el obispo de Osma, en 1873), pues la jerarquía de entonces considera el Espiritismo como “anticatólico y antisocial”. No obstante, para Anastasio García López el Espiritismo no viene a romper la tradición cristiana sino que se trataría de un intento de armonizar la religión con la ciencia y la filosofía, para así conseguir una “religión científica”. No sólo es contrario al materialismo (Refutación del materialismo, 1874) o, si se quiere, más bien intenta conjugar espiritualismo con materialismo, sino que insiste en que el Espiritismo viene a sostener e inculcar los preceptos de la caridad, el amor y la paz que se constituyen para él en la base religiosa de toda sociedad humana, no admitiendo las “fantasías” del infierno, purgatorio y los sacramentos, así como el culto externo y otros “absurdos” del cristianismo, y reafirmando que la moral espiritista es en el fondo cristiana.
En definitiva, la inclinación por los temas heterodoxos o fronterizos de la medicina, la ciencia y hasta la religión, su confianza en el progreso, su gusto por la filosofía y un cierto eclecticismo, su ideología que (en línea de Fourier) bascula entre la utopía y el revolucionarismo, su actitud abierta unida a un talante conciliador y moderado, su idealismo u optimismo vital, y una especie de visión cosmológica o panteísmo (aspectos algunos de estos que también lo emparentan con Schelling), son constantes tanto en su vida como en su obra, y lo convierten en un personaje atractivo que ejerce una notable fascinación entre sus contemporáneos (pacifista por demás, contrario al servicio militar de los jóvenes y partidario de la escuela laica), que más bien buscó en todo momento el encuentro antes que la confrontación (no sólo en el campo de la homeopatía, o entre médicos homeópatas y alópatas), aunque a la postre no dejase escuela.
Libros, opúsculos y artículos
El Dr. García López fue un médico destacado, pero también un propagador infatigable de la doctrina espiritista y de la medicina homeopática. En este sentido fue autor de numerosos artículos, libros y opúsculos interesantes, entre los cuales citaremos los siguientes:
– “Refutación del materialismo”, Madrid, Imprenta de Alcántara, 1874
– “Exposición y Defensa de las verdades fundamentales del Espiritismo 2ª ed. Salamanca, Sebastián Cerezo, 1875, 98 págs.
– “Ventajas del gobierno republicano”.
– “La Medicina del siglo XIX”. (Novela científica).
– “La Magia del siglo XIX”. Novela Científica. Imprenta de A. Vicente, Madrid, 1861, 634 págs.
– “De los Sistemas médicos”.
– “De la Intoxicación paludiana o paludismo. Tratado de las fiebres intermitentes, resistentes y continuas”. Madrid, Impr. Vicente, 1861, 392 págs.
– “Del estado de la doctrina homeopática y de su porvenir en la ciencia”, Madrid, Imprenta de M. Rivadeneyra, 1868
– “La salud. Manual de homeopatía para uso de las familias”. Madrid, 1866. 7380.
– “Del cólera asiático, su tratamiento, estadística”.
– “De la Intoxicación paludiana, intermitentes y fiebre amarilla, cólera, peste”.
– “Instrucción popular sobre el cólera asiático y preceptos higiénicos”.
– “Casos prácticos de Medicina legal, de patología interna y quirúrgica”.
– “De las crisis, defensa del vitalismo”.
– “Curación de la catarata sin operación”.
– “Estudios geológicos, formación de la tierra, desarrollo y evoluciones de la vida orgánica”.
– “Establecimiento de aguas minerales de Ledesma”. Salamanca, Sebastián Cerezo, 1877, 15 págs.
– “Hidrología médica, distribución geográfica de las aguas minerales de España”.
– “Hidrología médica, nociones de Hidrografía, Geografía, Geología y Climatología. Salamanca, Sebastián Cerezo, 1875, 2 vols.
– “Tratado de hidrología médica, con La guía del bañista y el Mapa balneario de España, Madrid, Carlos Bailly-Baillière, 1869
– “El indispensable para los bañistas de Ledesma”. Madrid, 1869, 16 págs.
– “Monografía de las aguas minerales de Ledesma”. Madrid, 1884, 259 págs.
– “Aguas minerales. Tratado de Hidrología médica”, con la guía del bañista, y el mapa balneario de España. Madrid, Rivadeneyra, 1869, 535 págs.
– “Guía del bañista o compendio de Hidrología médica”. Salamanca, Sebastián Cerezo, 1876.
– “Guía del bañista en España, con un mapa balneario”.
– “Aguas minerales de Ledesma”. Memoria abreviada para la Exposición Nacional de 1883. Madrid, Sucesores de Rivadeneira, 1883, 23 págs.
– “Monografía de las aguas minerales del Segura”. Madrid. lmpr. La Alhambra, 1862, 170 págs.
– “Memoria sobre las aguas de Alhama de Aragón”.
– “Memoria sobre la especialidad de las aguas minero-medicinales del Segura, en varios padecimientos del órgano de la visión. Zaragoza, José Bedera, 1865, 36 págs.
– “Lecciones de Medicina homeopática dadas en la Universidad de Salamanca”.
– “Lecciones de Medicina homeopática”. Madrid, Imprenta de M. Rivadeneyra, 1873, 620 págs.
– “Cartas críticas sobre la medicina y los médicos”, Salamanca, Imprenta de Sebastián Cerezo, 1871, 192 págs.
– “Obras de Del estado de la doctrina homeopática y de su porvenir en la ciencia”, Madrid, Imprenta de M. Rivadeneyra, 1868
– “Hidrología Médica, Salamanca”, Imprenta de Sebastián Cerezo, 1875.
– “Conferencias sobre Cosmología, Antropología y Sociología bajo el criterio espiritualista científico”, dadas en la Sociedad Espiritista Española. Madrid, 1888.
– “Discurso pronunciado en la sesión de controversia del día 16 de abril de 1873 contestando a los argumentos de los materialistas en la Sociedad Espiritista Española”. El Criterio Espiritista (Madrid), 6 (1874), págs. 92-97,
– “La materia radiante estudiada desde el punto de vista del Espiritismo”. El Criterio Espiritista (Madrid), 13 (1880), págs. 17-21.
– “Causas de la decadencia del Espiritismo en España”. El Criterio Espiritista (Madrid), 13 (1880), páginas 59-62.
– “Fisiología del espíritu”. El Criterio Espiritista (Madrid), 13 (1880), páginas, 33-38.
– “Discurso pronunciado para hacer un resumen de la discusión sobre el tema «Destino humano»”, El Criterio Espiritista (Madrid), 14 (1881), págs. 113-133, 145-150, 161-166.
– “Naturaleza y origen del hombre”. El Criterio Espiritista (Madrid), 14 (1881), págs. 225-228.
– “Algunas reflexiones sobre la doctrina espiritista. El Criterio Espiritista (Madrid), 15 (1882), págs. 161.
– “Un proyecto a los librepensadores”. El Criterio Espiritista (Madrid), págs. 161-163.
– “Del magnetismo animal”. La Revelación, 3 (1884), págs. 158-160, 176-179.
– “La institución de la vida y el desarrollo del espíritu”. El Criterio Espiritista, 18 (1885), págs. 7-11, 20-23, 67-70.
– “Conferencias sobre el Espiritismo en relación con la Cosmología y la Antropología”. El Criterio Espiritista, 21 (1888), págs. 1-5, 17-24, 33-39, 43-54.
– “Origen y naturaleza del alma humana”. El Criterio Espiritista, 21 (1888), págs. 65-70, 81-86.
– “De la aparición del hombre y de las razas humanas”. El Criterio Espiritista, 21 (1888), págs. 97-101, 112-120.
– “De las Reencarnaciones”. El Criterio Espiritista, 21 (1888), págs. 129-134, 145-150.
– “Del destino individual humano y del destino colectivo”. El Criterio Espiritista, 22 (1889), págs. 33-38, 49-53.
– “Discurso: el espiritismo trae todos los conceptos para una nueva filosofía”. El Criterio Espiritista, 22 (1889), págs. 53-55.
– “Consideraciones sociológicas deducidas de la doctrina espiritista. Deberes y derechos. Justicia moral. Las grandes reformas sociales. La humanidad del porvenir”. El Criterio Espiritista, 22 (1889), págs. 65-68, 81-87, 97-99.
– “La alta ciencia”. El Criterio Espiritista, 22 (1889), págs. 99-103, 113-118, 129-134, 145-150.
– “Algunos conceptos emitidos por varias escuelas espiritualistas en el Congreso de Paris”. El Criterio Espiritista, 22 (1889), págs. 180-181.
El Dr. Anastasio García López falleció en la ciudad de Sevilla el día 1 de mayo de 1897, a los setenta y cuatro años, víctima de una fiebre infecciosa palúdica, contra la cual fueron estériles los esfuerzos de la ciencia.
…No lloréis los que quedáis por los que se van, porque ellos no dejan de estar entre vosotros, aunque hayan franqueado el pórtico del templo de la verdadera luz, pues desde su nueva morada irradian su fluido hasta vuestro espíritu…
Quisiera daros una condensación de norma moral, pero es casi imposible. Sin embargo, seguid este consejo: Miraos mucho por dentro, y seréis tolerantes con los de afuera.
Porque querer conocer a Dios, y no conocerse, es invertir el orden de adelantamiento.
Anastasio García López, en el Almanaque Espiritista para 1873, editado en Madrid. Hemeroteca Municipal de Madrid.
Bibliografía
Hidrológico-Médica Española, Leopoldo Martínez Reguera, edición de 1897.
Necrológica de El Propagador Homeopático. Órgano del Instituto Homeopático y Hospital de San José, mayo de 1 897.
El Buen Sentido, Lérida.
El Criterio Espiritista, varios números.
El Siglo Médico, varios números.
Almanaque Espiritista para 1873, Madrid. (Hemeroteca de Madrid).
Contribución al estudio histórico de la homeopatía en España a través de los médicos y farmacéuticos homeópatas más significativos, Alfonso Galán; tesis doctoral, Universidad de Alcalá de Henares, 1987.
Dr. Anastasio García López, Madrid, Fundación Instituto Homeopático, 1997, Antón Cortés, (Recopilación Histórica, n.º 5).
La prensa homeopática española en el siglo XIX, Madrid, Fundación Instituto Homeopático & Federación Española de Médicos Homeópatas, J. Fernández Sanz, 1999.
La homeopatía en España. Cien años de historia, Madrid, Federación Española de Médicos Homeópatas, González-Carbajal García, 2004.
Salvador Martín
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