Comunicación mediúmnica de Mauricio Goutran

Era hijo único, muerto a los dieciocho años de una afección de pecho. Inteligencia rara, razón precoz, gran amor al estudio, carácter dulce, amable y simpático, poseía todas las cualidades que dan las más legítimas esperanzas de un brillante porvenir. Sus estudios habían terminado muy pronto con el mayor éxito, y trabajaba para la escuela politécnica. Su muerte fue para sus padres la causa de uno de esos dolores que dejan señales profundas y tanto más penosas cuanto que, habiendo sido siempre de una salud delicada, atribuían su fin prematuro al trabajo a que le habían dedicado y se lo vituperaban.

—¿Para qué —decían— le sirve ahora todo lo que ha aprendido? Mejor hubiera sido que se hubiese quedado siendo ignorante, porque no tenía necesidad de eso para vivir, y sin duda estaría todavía entre nosotros, y hubiera sido el consuelo de nuestra vejez.” Si hubiesen conocido el Espiritismo, sin duda razonarían de otra manera. Más tarde encontraron en él el verdadero consuelo. La comunicación siguiente la dio su hijo a uno de sus amigos, algunos meses después de su muerte.

Pregunta: Mi querido Mauricio, el tierno cariño que teníais por vuestros padres hace que no dude de vuestro deseo en consolarles, si podéis hacerlo. La pena, mejor dicho, la desesperación en que vuestra muerte les ha sumido, altera visiblemente su salud y les tiene disgustados de la vida. Algunas buenas palabras vuestras podrán, sin duda, hacer renacer su esperanza.

Respuesta: Mi antiguo amigo, aguardaba con impaciencia la ocasión que me ofrecéis de comunicarme. El dolor de mis padres me aflige, pero se calmará cuando tengan la certeza de que no me han perdido. Es preciso que os ocupéis en convencerles de esta verdad; seguramente lo conseguiréis.

Era necesario este acontecimiento para conducirles a una creencia que hará su dicha, porque les impedirá murmurar contra los secretos de la Providencia. Mi padre, ya lo sabéis, era muy escéptico en cuanto a la vida futura. Dios ha permitido que tuviera esta aflicción para sacarle de su error.

Nos volveremos a encontrar aquí, en este mundo, donde no se conocen las penas de la vida material y a donde les he precedido. Pero decidles que la satisfacción de volverme a ver les será rehusada como castigo por su falta de confianza en la bondad de Dios. No se me permitirá tampoco el comunicarme con ellos mientras estén en la Tierra. La desesperación es una rebelión contra la voluntad del Todopoderoso, que siempre es castigada con la prolongación de la causa que ha ocasionado esta desesperación, hasta tanto que al fin uno se somete a ella. La desesperación es un verdadero suicidio, porque mina las fuerzas del cuerpo, y aquel que abrevia sus días con el pensamiento de escapar más pronto al dolor, se prepara las más crueles decepciones. Por el contrario, para conservar las fuerzas del cuerpo, es preciso el trabajo que ayuda a sobrellevar el peso de las pruebas.

Mis buenos padres, a vosotros es a quienes me dirijo. Desde que dejé mi despojo mortal, no he cesado de estar a vuestro lado más a menudo que cuando vivía en la Tierra. Consolaos, pues,porque no estoy muerto. Estoy más vivo que vosotros. Sólo murió mi cuerpo, pero mi espíritu vive siempre. Es libre, feliz y está al abrigo de las enfermedades, de los achaques y del dolor. En lugar de afligiros, regocijaos de tenerme en un lugar exento de penalidades y de lágrimas, donde el corazón está embriagado de una alegría pura.

¡Oh! Amigos míos, no compadezcáis a los que mueren prematuramente. Es una gracia que Dios les concede para ahorrarles las tribulaciones de la vida. Mi existencia no debía prolongarse mucho más tiempo esta vez en la Tierra. Adquirí en ésta aquella fuerza que debía prepararme para cumplir más tarde una misión más importante. Si hubiera vivido muchos años, ¿sabéis a qué peligros, a qué seducciones me hubiese expuesto? ¿Sabéis que no siendo todavía bastante fuerte para resistir, hubiera sucumbido? ¡Esto podía ser para mí un atraso de muchos siglos! ¿Por qué, pues, sentir lo que me es ventajoso? Un dolor inconsolable, en este caso, acusaría falta de fe, y no podría ser legitimada sino por la creencia en la nada. ¡Oh! Sí, son dignos de compasión los que tienen esa desesperada creencia, porque para ellos no hay consuelo posible. Los seres que les son queridos están perdidos sin remedio, ¡la tumba se ha llevado su última esperanza!

Pregunta: ¿Vuestra muerte ha sido dolorosa?

Respuesta: No, amigo mío, lo único que he sufrido antes de morir es la enfermedad que me aquejaba. Pero este sufrimiento disminuía a medida que el último momento se acercaba. Después me dormí sin pensar en la muerte. Soñé, ¡oh!, un sueño delicioso. Soñaba que estaba curado. No sufría, respiraba con libertad y con deleite un aire embalsamado y fortificante. Era transportado a través del espacio por una fuerza desconocida. Una luz brillante resplandecía a mi alrededor, pero sin fatigar mi vista. Vi a mi abuelo: no tenía la figura descarnada, sino un aire de frescura y de juventud. Me tendió los brazos y me apretó con efusión sobre su corazón. Una porción de personas, que sonreían, le acompañaban. Todos me acogían con bondad y benevolencia, me parecía reconocerlas, era feliz viéndolas y todos intercambiamos palabras y testimonios de amistad. Pues bien, lo que creía ser un sueño era la realidad: no debía despertarme más en la Tierra, me había despertado en el mundo de los espíritus.

Pregunta: ¿Vuestra enfermedad no tendría por causa vuestra demasiada asiduidad en el estudio?

Respuesta: ¡Oh, persuadíos de que no! El tiempo que debía vivir en la Tierra estaba determinado y nada podía retenerme en ella. Mi espíritu, en sus momentos de separación, lo sabía muy bien, y se gozaba pensando en su próxima libertad. Pero el tiempo que he pasado ahí lo he aprovechado, y ahora me felicito por no haberlo perdido. Los estudios serios que hice han fortificado mi alma y aumentado mis conocimientos. Es otro tanto aprendido, y si no he podido aplicarlo en mi corta morada entre vosotros, lo aplicaré más tarde con más fruto.

Adiós, querido amigo, voy al lado de mis padres para prepararles a recibir esta comunicación.

Mauricio

Del libro El Cielo y el Infierno de Allan Kardec

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