¿Conservamos algún vestigio físico de otras existencias?
El cuerpo se destruye y el nuevo no tiene ninguna relación con el anterior. Sin embargo el Espíritu se refleja en el cuerpo, y se modela conforme a las capacidades del Espíritu que le imprime cierto carácter, principalmente en el rostro. La similitud de gustos e inclinaciones también puede dar un «aire de familia». Es común ver a un niño siendo el vivo reflejo de su abuelo, o cualquier otro familiar ya desencarnado, lo cual es normal desde el punto de vista genético. Pero a veces el parecido en la mirada, en los gestos, carácter, etc., llega a tal extremo que los familiares sin haber admitido nunca la idea de la reencarnación dirían que parece a todas luces la reencarnación de ese abuelo o familiar. Muchas veces dicen una gran verdad.
Podemos también reflejar ciertas marcas o birthmarks como denominó Ian Stevenson, y que por ejemplo algunas manchas en la piel características sean antiguas cicatrices, fruto de accidentes impactantes para nuestro Espíritu, como la que nos pudo dejar la herida que nos provocó la muerte. Hay amplia bibliografía al respecto con casos muy sorprendentes.
No nos equivocamos tampoco cuando decimos que los ojos son el espejo del alma, pero también ciertos rasgos faciales. Sirva de ejemplo el caso llevado al cine bajo el título Los hijos del ayer, que interpreta Jane Seymour. La película está basada en hechos reales, véase el libro autobiográfico de Jenny Cockell llamado «A través del tiempo y la muerte» (Across time and death), publicado en 1994. Jenny tiene desde la infancia sueños recurrentes con otra mujer irlandesa llamada Mary Sutton (madre de cuatro niños) que sufre violencia de género. Entre sueños, investigaciones, recuerdos e hipnosis regresiva, Jenny resuelve una parte de lo que fue su pasado y se llega a encontrar con quiénes fueron sus hijos en la anterior existencia.