¿Cuál es el objetivo de la encarnación y reencarnación de los Espíritus?
Llegar a la perfección, para unos es una prueba, para otros una misión. No hay un número determinado de encarnaciones para lograr esa perfección pero depende de nuestra voluntad acelerar ese proceso. Y queramos o no, estamos todos sometidos a la ley del progreso.
Somos creados simples e ignorantes, es decir, sin ciencia y sin conocimiento del bien y del mal, pero con la misma aptitud para todo. Al principio se encuentran en una especie de infancia, sin voluntad propia y sin conciencia plena de su existencia. Y a través del contacto con la materia, a través de la reencarnación, ese principio inteligente, el Espíritu, va evolucionando progresivamente en inteligencia y en valores morales.
Aunque los Espíritus también progresan en el plano espiritual, pero necesitan poner en práctica durante la vida corporal aquello que conquistaron en ciencia y en moralidad. Los que se quedaron estacionados vuelven a comenzar una existencia análoga a la que dejaron; los que han progresado se hacen merecedores de una encarnación de orden más elevado.
Todos los Espíritus tienen pues el mismo origen y el mismo destino. Las diferencias que existen entre ellos no constituyen especies diferentes, sino grados diversos de adelanto.
En cada nueva existencia, el Espíritu realiza un progreso mayor o menor, y cuando adquirió en la Tierra la suma de conocimientos y la elevación moral de que es susceptible nuestro globo, lo deja para ir a vivir en un mundo más elevado, donde aprenderá cosas nuevas.
Por lo que el progreso de los Espíritus sólo se realiza con el tiempo, y no es más que paulatinamente que se despojan de sus imperfecciones y adquieren los conocimientos que les faltan. Sería tan ilógico admitir que el Espíritu de un salvaje o de un criminal puede convertirse de repente en sabio y virtuoso, como sería contrario a la justicia de Dios suponer que continuará perpetuamente en ese estado de inferioridad.
Si bien en cada existencia un velo cubre el pasado del Espíritu, este no pierde ninguna de sus conquistas anteriores: apenas olvida el modo por el cual las obtuvo.