Por más absurda que sea una idea supersticiosa, casi siempre se basa en un hecho real, al que la ignorancia ha desnaturalizado, exagerado o falsamente interpretado. Sería un error creer que divulgar el conocimiento de las manifestaciones espíritas es propagar las supersticiones. Una de dos: o esos fenómenos son una quimera, o son reales. En el primer caso, sería razonable combatirlos; pero si existen, como lo ha demostrado la experiencia, nada ha de impedir que se produzcan. Como sería pueril declararse contra los hechos positivos, lo que es necesario combatir no son de manera alguna los hechos, sino la falsa interpretación que la ignorancia puede darles. Sin duda, en los siglos pasados, tales hechos han sido la fuente de una multitud de supersticiones, así como todos los fenómenos naturales cuya causa era desconocida; el progreso de las Ciencias positivas hace que poco a poco vayan desapareciendo parte de esas supersticiones. Cuando la ciencia espírita sea mejor conocida, hará desaparecer las restantes. Los adversarios del Espiritismo se apoyan en el peligro que dichos fenómenos presentan para la razón. Todas las causas que pueden impresionar las imaginaciones débiles pueden producir la locura; ante todo, lo que es preciso hacer es curar el mal del miedo. Ahora bien, el medio de lograrlo no es exagerando el peligro, al hacer creer que todas esas manifestaciones son obra del diablo; los que propagan esta creencia con miras a fomentar el descrédito pierden completamente su objeto, primeramente porque asignar una causa cualquiera a los fenómenos espíritas es reconocer su existencia. En segundo lugar, porque al querer persuadir de que el diablo es su único agente, se afecta peligrosamente la moral de ciertos individuos. Como no pueden impedir que las manifestaciones se produzcan –incluso entre los que no quieren ocuparse de las mismas–, ellos solamente verán en su entorno y por todas partes diablos y demonios, hasta en los efectos más sencillos que han de confundir con manifestaciones: esto sí que puede alterar sus facultades mentales. Dar crédito a ese temor es propagar el mal del miedo, en vez de curarlo. He aquí el verdadero peligro, he aquí la superstición.
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