Fue en el centro de los Estados Unidos, en 1849, cuando las manifestaciones espiritistas llamaron por vez primera la atención pública. Se oían golpes en varias habitaciones, los muebles cambiaban de sitio, las mesas se agitaban, todo bajo el impulso de una fuerza invisible. Habiéndosele ocurrido a uno de los espectadores combinar las letras del alfabeto con el número de los golpes, se estableció una especie de telegrafía espiritual y se pudo conversar con la fuerza oculta. Dijo ser el alma de una persona conocida entrando en detalles muy precisos sobre la identidad, la vida y la muerte de dicha persona. Otras almas fueron evocadas y respondieron con igual precisión. Todas decían estar revestidas de un cuerpo fluídico invisible a nuestros sentidos aunque a pesar de esto material.

Las manifestaciones se multiplicaron con rapidez, invadiendo progresivamente todos los Estados Unidos. Tanto se preocupaba de ellas la opinión, que ciertos sabios creyendo ver en esto una causa de perturbación para la razón y la tranquilidad pública, resolvieron observarlas de cerca a fin de demostrar su absurdo. El juez Edmonds, presidente de la Corte Suprema de Justicia deNueva York y presidente del Senado, y el profesor de Química Mapes, de la Academia Nacional, fueron llamados a dar su dictamen sobre la realidad y el carácter de los fenómenos espiritistas. Pues bien, sus conclusiones, formuladas después de un examen riguroso, en obras importantes fueron que tales fenómenos eran reales y no podían ser atribuidos más que a la intervención de los espíritus.

El movimiento se propagó hasta el punto que, en 1852 una petición firmada por 15.000 nombres fue dirigida al Congreso de Washington, para obtener la proclamación oficial de la realidad de los fenómenos.

Un célebre sabio Robert Hare, profesor en la universidad de Pensilvania, se puso abiertamente de parte de los espiritistas publicando una obra que establecía científicamente la intervención de los espíritus.

Si bien en los Estados Unidos los adeptos se contaban por millones fue en Inglaterra donde las manifestaciones espiritistas se sometieron a un análisis más metódico. Muchos sabios ingleses han estudiado los fenómenos con perseverante y minuciosa atención, y de ellos proceden los testimonios más formales.

En 1869, la Sociedad Dialéctica de Londres -uno de los grupos científicos más autorizados- nombra una comisión de treinta y tres miembros, sabios, letrados, magistrados, todos ellos destacadas personalidades de las ciencias y de las letras que habrían de examinar y destruir para siempre esos fenómenos espiritistas que según decía el manifiesto no son más que producto de la imaginación.

Después de 18 meses de experiencias y de estudios, el informe indicaba no solamente los movimientos de las mesas y los golpes, mencionaba también apariciones de manos y de formas que no pertenecían a ningún ser humano, y que parecían vivas por su acción y su movilidad. Los asistentes cogían y tocaban algunas veces estas manos, convencidos de que eran auténticas.

Uno de los treinta y tres, Alfred Russel Wallace, prosiguió sus investigaciones y consignó sus resultados en una obra que tuvo gran resonancia.

Si en Inglaterra los sabios de renombre adheridos a la causa se contaban por decenas, en Francia es más difícil encontrar académicos espiritistas. Hay no obstante brillantes excepciones. Mencionaremos por ejemplo al astrónomo Camilo Flammarión o al doctor Paul Gibier, discípulo favorito de Pasteur.

El también francés, Allan Kardec, después de haber estudiado diez años por el método positivo, después de haber recogido los testimonios y las noticias que le llegaban de todos los puntos del globo, coordinó este conjunto de hechos, dedujo los principios generales y compuso todo un cuerpo de doctrina contenido en cinco volúmenes.

Allan Kardec fundó la Revue Spirite, que llegó a ser el órgano, el lazo de unión de los espiritistas del mundo entero, en la que se puede seguir la evolución lenta, progresiva, de esta revelación moral y científica. En la obra de Allan Kardec encontramos la compilación de las enseñanzas de los espíritus en un número considerable de grupos.

Esta doctrina nace entonces -de la observación metódica y de rigurosos experimentos- pero no puede llegar a ser un sistema definitivo, inmutable, fuera y por encima de las futuras conquistas de la ciencia. Es el resultado de los conocimientos de dos mundos, de dos humanidades, que se compenetran, pero ambas imperfectas, y ambas en marcha hacía la verdad y hacia lo desconocido.

Pero quién va a creer en una doctrina que se llama de los espíritus. Nuestra época, cansada de los desvaríos de la imaginación, de las teorías y de los sistemas preconcebidos, ha caído en el escepticismo. Para dar crédito a cualquier afirmación reclama pruebas. El razonamiento más lógico no le satisface. Se necesitan hechos, hechos sensibles, observados directamente para disipar la duda. Y esta duda se explica. Es la consecuencia fatal del abuso de las doctrinas erróneas con las que se ha arrullado a la Humanidad por espacio de siglos. Al instruirse el hombre, de crédulo se ha convertido en escéptico, y cada nueva teoría es acogida con desconfianza sino con hostilidad. La marcha de la ciencia, puede compararse a la ascensión de una montaña. A medida que el viajero trepa por las escabrosas pendientes, ve ensancharse el horizonte, los detalles del plano inferior se funden en un vasto conjunto, mientras que a lo lejos se descubren nuevas perspectivas. Cuanto más se eleva, tanto más majestad y amplitud requiere el espectáculo. Del mismo modo la ciencia, en su marcha incesante, descubre a cada paso dominios ignorados.

Todos sabemos cuán limitados son nuestros sentidos materiales. Si nuestra potencia visual no hubiese sido aumentada por los descubrimientos ópticos, ¿qué sabríamos del Universo? Gradualmente, el campo de las observaciones se ha ensanchado. Gracias a la invención del telescopio, el hombre ha podido explorar los cielos y comparar el insignificante globo con los gigantes del espacio.

La invención del microscopio por su parte nos ha descubierto otro infinito. En todas partes, alrededor de nosotros, en los aires, en las aguas, invisibles para nuestros débiles ojos, millones de seres pululan y se agitan en magnífica consonancia.

La ciencia progresa y crece, y el pensamiento alentado, se eleva hacia nuevos horizontes. Pero que poco sabernos si lo comparamos con lo que nos queda por aprender.

Con lo que ignoramos de las leyes universales, dijo Faraday, se puede crear el Mundo.

Las constantes y universales aspiraciones de la Humanidad pensante, el recuerdo y el respeto de los muertos, la idea innata de una justicia inmanente, el sentimiento de nuestra consciencia y de nuestras facultades intelectuales, la miserable incoherencia de los destinos terrestres comparada con el orden matemático que rige el universo, el inmenso vértigo del infinito y de la eternidad en las alturas de la noche constelada, y en el fondo de todas nuestras concepciones, la identidad permanente de nuestro “yo” a pesar de las variaciones y de las transformaciones perpetuas de la sustancia cerebral; todo concurre para darnos la convicción de la existencia de nuestra alma como entidad individual, de su sobrevivencia a la destrucción de nuestro organismo corporal y de su inmortalidad.

Pero la demostración científica aún no se ha logrado, y los fisiólogos enseñan que el pensamiento es una función del cerebro, que sin este no hay pensamiento y que todo en nosotros se extingue con la muerte del cuerpo. Hay flagrante contradicción entre las superiores aspiraciones de la Humanidad y las conclusiones de la llamada Ciencia positiva. Aunque raramente se le haga justicia y se testimonie el reconocimiento que merece, la verdad es que la Ciencia transformó el mundo. Están clavados sobre ella los cimientos de nuestra vida intelectual e incluso de nuestra vida material. Solamente la Ciencia nos puede esclarecer y conducir.

Entonces, ¿A qué nos pueden llevar estos estudios sobre los problemas psíquicos?

A demostrar que el alma existe y que no son quiméricas las esperanzas en la inmortalidad.

El materialismo es una hipótesis que ya no puede ser sustentada desde que se conoce en profundidad la materia. Ha dejado de ser el sólido punto de apoyo del materialista. Los cuerpos están constituidos de miles de átomos invisibles, que no se tocan y, se hallan en perpetuo movimiento unos alrededor de los otros. Esos átomos tremendamente pequeños son en sí mismos centros de fuerza. ¿Dónde está la materia? Ella desaparece bajo el influjo del dinamismo.

Sí, sin duda alguna nosotros pensamos por el cerebro, del mismo modo que vemos por los ojos y oímos por el sentido del oído. Pero no es nuestro cerebro el que piensa, de la misma forma que no son nuestros ojos los que ven. ¿Qué se diría de alguien que encomiase a un lapicero por los bellos poemas que escribe? El ojo es un órgano como igualmente lo es el cerebro.

Las ciencias psíquicas están en apariencia muy retrasadas en relación con las ciencias físicas.

La Astronomía tuvo su Newton, la Biología su Darwin, la Psicología a Ptolomeus o a Freud. Todo lo que podemos hacer actualmente es recoger observaciones, coordinarlas y ayudar al desarrollo de la nueva ciencia.

Como decía Allan Kardec el Espiritismo será científico o no será nada.

La religión del futuro será científica, estará fundada en el conocimiento del psiquismo y de la espiritualidad. Esta religión de la Ciencia tendrá sobre las otras una ventaja considerable: la unidad. Actualmente un judío o un protestante no admite el culto de la Virgen y de los santos, un musulmán abomina al perro del cristiano, un budista repudia los dogmas de Occidente. Ninguna de estas divisiones podría existir en una religión fundada sobre la solución general de los problemas psíquicos.

Estamos sin embargo lejos de llegar a las cuestiones de teorías o de dogmas. Lo que importa por encima de todo es saber si en verdad los fenómenos existen evitando la pérdida de tiempo y el ridículo del que procura la causa de lo que no existe. Constatemos desde luego los hechos. Las teorías vendrán más tarde.

Pero no podemos hablar de hechos sin prevenirnos y ponernos en guardia contra la incredulidad y por qué no contra la credulidad desmedida.

Comencemos por los incrédulos:

Decía Lemierre:

Algunos toman su corto horizonte como el límite del mundo. Creer que todo se sabe es un error profundo.

Un gran número de hombres sufre de verdadera miopía intelectual, y según la imagen precisa de Lemierre no ven más allá de su corto horizonte.

Ignoran que en el fondo de la explicación de todos los fenómenos de la naturaleza está lo desconocido y pretenden juzgar la insondable organización del Universo.

Recurramos a la Historia e ilustrémonos con algunos de esos ejemplos:

Sócrates bebe la cicuta por haberse liberado de las supersticiones de su tiempo. Anaxágoras es perseguido por tener la osadía de enseñar que el Sol es mayor que el Peloponeso. Y es que la búsqueda de la verdad avanza a pasos lentos, pero las pasiones humanas y los ciegos intereses dominadores permanecen inalterables.

Cuenta Camilo Flammarion una sesión en la Academia de las Ciencias, en la que el físico Du Moncel presentó el fonógrafo de Édison a la docta asamblea. Hecha la presentación conecta el aparato, del cual se deja oír una frase que en él había registrada. De pronto un académico se rebela contra la audacia del innovador, se precipita sobre el representante de Edison y lo agarra por el pescuezo gritando: ¡Miserable! Nosotros no seremos engañados por un ventrílocuo!

Nuestros sentidos nos engañan de un modo absoluto.

Vemos el sol, la luna, las estrellas girar en torno nuestro: es falso.

Sentimos la tierra inmóvil: es falso.

Vemos el Sol levantarse por encima del horizonte: él está debajo del horizonte.

Tocamos cuerpos sólidos, no hay cuerpos verdaderamente sólidos, en ellos es mayor el vacío.

Escuchamos sonidos armoniosos: pero son producto de ondas en el aire en sí mismas silenciosas.

Admiramos los efectos de la luz y de los colores que llevan a nuestros ojos a vivir el espléndido espectáculo de la naturaleza: en realidad no hay ni luz ni colores sino únicamente movimientos etéreos oscuros que influenciando nuestro nervio óptico nos provocan sensaciones luminosas.

Nos quemarnos un pie en el fuego: pero es en nuestro cerebro donde reside la sensación de la quemadura.

Hablamos de calor y de frío: aunque no hay en el universo ni calor ni frío, solamente movimiento.

Como vemos nuestros sentidos nos engañan. Sensación y realidad son cosas distintas.

Y no es todo. Además de eso nuestros pobres cinco sentidos son insuficientes. No nos dejan sentir más que un pequeño número de movimientos dentro de la vida del Universo. Desde la última sensación acústica percibida por nuestro oído, resultante de 36000 vibraciones por segundo, hasta la primera sensación óptica percibida por nuestros ojos, no hay nada que podamos percibir. Por un lado somos engañados por nuestros sentidos y por otro su testimonio es incompleto.

El descubrimiento de los Rayos X tan extraño e increíble en su origen, debería esclarecernos sobre la exigüidad de nuestras observaciones habituales. ¡Ver a través de los objetos!, en el interior de un cofre cerrado, distinguir el hueso de un brazo, de una pierna, de un cuerpo, a través de la carne y de la ropa. Un descubrimiento así es sin contradicción enteramente contrarío a nuestras certezas habituales.

Certezas logradas por las cinco puertas de nuestros conocimientos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Estas cinco puertas nos dan muy poco acceso, aunque no lo creamos, al mundo exterior, sobre todo las tres últimas. El ojo y el oído van más lejos, aunque de hecho es casi solamente la luz la que pone a nuestro espíritu en comunicación con el Universo. ¿Pero qué es la luz? Una modalidad de vibración de la materia sutil excesivamente rápida. La sensación de luz se produce sobre nuestra retina por vibraciones que se prolongan desde 400 trillones por segundo, extremo bermejo del espectro luminoso, hasta 756 trillones, extremo violeta. Hace ya mucho tiempo que estas vibraciones fueron medidas con precisión. Pero tanto por debajo como por encima de estos números existen otras vibraciones que no son perceptibles por nuestros ojos. Más allá del bermejo están las vibraciones caloríferas oscuras, y, otras muchas que nos son desconocidas.

Los fenómenos de la naturaleza se realizan además bajo la acción de fuerzas invisibles.

El vapor de agua es invisible.

El calor es invisible.

La electricidad es invisible.

Hay grandes lagunas y regiones desconocidas sobre las que no sabemos absolutamente nada.

Hay incluso en la vida material, ciertas facultades inexplicables para el hombre, ciertos sentidos ignorados. Gran número de hechos que pertenecen al mundo de lo desconocido. La telepatía o sensación a distancia, las apariciones o manifestaciones de moribundos, la visión durante el sueño, en estado sonambúlico, sin el concurso de los ojos, la presciencia o premonición de un acontecimiento próximo, los avisos, los presentimientos, los dictados por medio de golpes en las mesas, ciertos ruidos inexplicables, las casas de duendes, las levitaciones contrarias a las leyes de la gravedad, los movimientos y transporte de objetos sin contacto, las manifestaciones de espíritus desencarnados, y muchos otros fenómenos extraños pero que bien merecen nuestra curiosidad y nuestra atención.

Para muchos todo esto solo genera incredulidad, y no está mal, del todo, porque en estas cuestiones difíciles, oscuras, inciertas, un nuevo deber se nos impone, el de examinar, analizar las cosas con la más severa circunspección y no admitir, en esto como en todo sino lo que es cierto. No convendría con el pretexto del progreso, sustituir una incredulidad sistemática por una credulidad desprovista de todo sentido crítico.

No es raro encontrar personas que niegan imperturbables las cuestiones fenoménicas y que aceptan decididamente los absurdos más colosales, por ejemplo, la anécdota del diluvio universal, narrada en la Biblia, en la que leemos:

se han abierto las puertas del depósito de las aguas superiores, el agua se despeñó del cielo en forma de cataratas durante cuarenta días y cuarenta noches, se elevó quince pulgadas por encima de las más altas montañas de toda la tierra y condujo durante ciento cincuenta días el arca en el cuál Noé entró un macho y una hembra de todas las especies de animales existentes sobre el globo.

Ningún cuento de las mil y una noches le supera. Pero la credulidad religiosa es tan ciega que acepta sin discusión, del mismo modo que avala el milagro de Josué deteniendo el Sol. Sería fácil multiplicar estos ejemplos. La credulidad existe desde siempre en perpetuo equilibrio con la incredulidad. Desconfiemos tanto de una como de la otra. Los agoreros no morirán, el progreso no abolió los presagios ni la buena ventura. Debemos estar en guardia contra la credulidad del mismo modo que contra la incredulidad.

No se trata de creer o no creer. De negar o aceptar ciegamente. Lo realmente importante es…INVESTIGAR.

Es lo que hizo Allan Kardec, el espíritu investigador más notable que conocemos, codificador de la doctrina espirita. Acostumbramos a ver la grandeza de un investigador en función de lo que descubre, obviamente. Newton estableció la ley de gravitación universal, Einstein a su vez formuló la teoría de la relatividad. Aunque muy notables todos esos  descubrimientos en realidad eran apenas el encuentro del hombre con algunas leyes físicas. Allan Kardec no descubría apenas una ley física, él mostraba a la Humanidad la Causa de las leyes físicas, la Causa del Universo, el porqué de nuestra existencia, nuestro destino y nuestro pasado.

Tal magnitud tiene su obra que sólo las generaciones futuras sabrán apreciar en su justo valor. Su lectura es de obligado cumplimiento para alguien que pretenda ser culto, no en la cultura de las obras de arte o de los clásicos de la literatura, sino en la cultura que se traduce en sabiduría.

En Caracteres de la Revelación Espírita nos muestra que:

…la Revelación Espírita tiene un carácter doble: es a la vez una revelación divina y una revelación científica. Es divina, porque su llegada es providencial y no el resultado de la iniciativa humana; ya que los puntos fundamentales de la Doctrina son producto de la enseñanza impartida por los Espíritus. Es científica, porque la enseñanza no es privilegio de ningún individuo en especial, sino que llega a todos por la misma vía y porque quienes la transmiten y quienes la reciben no son de ninguna manera seres pasivos, liberados del trabajo de búsqueda y observación, así como no pierden su juicio y libre albedrío ni les está prohibido el control; por el contrario, se les recomienda para que la Doctrina no sea dictada ni impuesta ciegamente, y para que ella sea el producto del trabajo del hombre, de la observación de hechos que los Espíritus les muestran y de las instrucciones que les dan, instrucciones que el hombre estudia, comenta y compara, y de las cuales él mismo saca las conclusiones y sus aplicaciones. En una palabra lo que caracteriza a la revelación Espírita es que su origen pertenece a Dios, la iniciativa a los Espíritus y su elaboración es obra del hombre.

Como método de elaboración, el Espiritismo utiliza exactamente el mismo que las ciencias positivas, es decir, aplica el método experimental. Se presentan hechos de un orden nuevo que no pueden explicarse mediante leyes conocidas: el Espiritismo los observa, compara y analiza, y del efecto se remonta a la causa y de esta a la ley que los gobierna, luego deduce las consecuencias y busca sus aplicaciones útiles. No establece ninguna teoría preconcebida, motivo por el cual no ha formulado hipótesis sobre la existencia e intervención de los Espíritus, como tampoco sobre el periespíritu, la reencarnación ni ningún otro de los principios de la Doctrina; ha terminado por aceptar la existencia de los Espíritus cuando esa existencia se mostró evidente a través de las observación de los hechos y de igual manera se ha manejado con los demás principios. No son los hechos los que han venido a confirmar la teoría, sino que ésta es la que ha llegado posteriormente para explicar y resumir los hechos. Las ciencias no progresaron seriamente hasta que basaron sus estudios en el método experimental; hasta hoy se pensaba que ese método sólo era aplicable a la materia, mientras que lo es igualmente para las cosas metafísicas.

La ciencia, propiamente dicha, tiene por objeto el estudio de las leyes del principio material, así como el objeto del Espiritismo es el conocimiento de las leyes del principio espiritual; pero como este último principio es una de las fuerzas de la Naturaleza y actúa sin cesar sobre el principio material, y éste sobre aquél, resulta que el conocimiento de uno no puede complementarse sin el del otro. Por consiguiente, el Espiritismo y la Ciencia se complementan mutuamente. La Ciencia sin el Espiritismo es impotente para explicar ciertos fenómenos, contando sólo con las leyes que rigen a la materia, así como el Espiritismo sin la ciencia carecería de apoyo y control. El estudio de las leyes de la materia debería preceder al de las leyes espirituales, ya que es la materia la que afecta antes a los sentidos. Si el Espiritismo hubiese llegado antes que los descubrimientos científicos hubiera sido una obra inútil, como todo aquello que llega antes de tiempo.

Todas las ciencias se suceden y encadenan racionalmente; unas nacen de otras, a medida que encuentran un punto de apoyo en las ideas y los conocimientos anteriores. La Astronomía, una de las primeras ciencias cultivadas, no salió de su faz primaria hasta el instante en que la Física reveló la ley de las fuerzas de los agentes naturales: la Química, impotente sin la Física, sucedió a esta muy pronto, para luego marchar unidas, apoyándose mutuamente.

Se acusa al Espiritismo de estar emparentado con la magia y la hechicería, pero se olvida que la astrología judiciaria, es antepasada directa de la Astronomía, que la Química es hija de la alquimia, de la que ningún hombre sensato se ocuparía hoy. Nadie niega, sin embargo, que en la astrología y en la alquimia encontramos los gérmenes de las verdades que conformarían las ciencias actuales. A pesar de sus formas ridículas la alquimia fue la iniciadora de los estudios de los cuerpos simples y de la ley de las afinidades; la astrología basaba sus estudios en la posición y movimiento de los astros, a los cuales observaba minuciosamente; pero como ignoraba las leyes que gobiernan el mecanismo del Universo, consideraba a los astros seres misteriosos y les otorgaba, supersticiosamente, influencia moral y sentido revelador.

Cuando Galileo, Newton y Képler dieron a conocer sus leyes y el telescopio rasgó el velo al sumergir su mirada en las profundidades del espacio, hecho que fue considerado indiscreto por ciertos sectores, los planetas aparecieron como mundos simples al nuestro, con lo cual todo el andamiaje de maravillas se derrumbó.

Ocurre lo mismo al relacionar el Espiritismo con la magia y la hechicería. Estas también se basaban en la manifestación de los Espíritus, como la astrología en el movimiento de los astros; pero, al ignorar las leyes que gobiernan al Mundo Espiritual, confundían las manifestaciones con sus prácticas y creencias absurdas. El Espiritismo, fruto de la experiencia y la observación, ha hecho justicia. Sin duda existe una distancia mucho mayor entre el Espiritismo y la magia que entre la Astronomía y la Astrología o entre la Química y la alquimia; pretender confundirlos es admitir que se ignora lo mis elemental.

Hablar de Ciencia y Espiritismo no sería posible sin recordar al más insigne experimentador del fenómeno espirita, Sir William Crookes.

Fue una de las más vigorosas y fecundas mentalidades de todos los tiempos en el mundo científico. Sus memorables descubrimientos en Astronomía, Física y Química le hicieron célebre. Descubrió el electroscopio, el espectroscopio, el fotómetro de polarización, el radiómetro, el talio, el cuarto estado de la materia, la materia radiante,­ hasta entonces sólo se conocían tres estados sólido, líquido y gaseoso. Basándose en la unidad de los electrones pensó en la unidad de la materia. Su descubrimiento de los rayos catódicos fue fundamental para el desarrollo de la física atómica y decisivo en el descubrimiento de los rayos X.

Los avances ópticos le deben la solución de algunos de los problemas más complejos del mecanismo, naturaleza y velocidad de la luz.

El Espiritismo por su parte también le debe importantes e inolvidables servicios.

William Crookes inicia la fase científica del Espiritismo con sus célebres experiencias realizadas de 1870 a 1874, con los médiums Douglas Home, Kate Fox y Florence Cook, habiendo logrado la materialización completa, integral, de un espíritu de una mujer desencarnada en una lejana época, Katie King, y que Crookes estudió durante tres años consecutivos, en colaboración con otros sabios ingleses.

Crookes observó y experimentó diversas categorías de fenómenos espíritas. En todas sus experiencias siguió un método rigurosamente científico, inventando y adaptando variados aparatos registradores.

La severidad en la verificación y el espíritu crítico que presidían estas experiencias, aliados a la situación culminante de Crookes en el mundo científico, influyeron sobremanera para que el Espiritismo tomase una gran expansión en los medios cultos de Europa y de América, despertando el interés de algunos sabios anglosajones, más libres que los latinos de los preconceptos de escuela.

De hecho uno de los primeros sabios que se ocuparan de la fiscalización de los médiums, por medio de dispositivos eléctricos fue Cromwell Varley, miembro de la Sociedad Real de Londres, descubridor del condensador eléctrico, afamado por haber lanzado los cabos submarinos entre el Viejo y el Nuevo Continente y considerado uno de los más célebres físicos ingleses. Fue ese verdadero genio en materia de electricidad, hábil perito de médiums, quien examinó, en compañía de Crookes, los trabajos mediúmnicos de la Señorita Cook.

El Sr. Crookes publicaba en enero de 1874 en una revista científica el relato de los fenómenos espíritas por él observados durante 4 años. Como conclusión afirmaba que el Espiritismo estaba científicamente demostrado. Treinta años después y a pesar del rechazo de que había sido objeto, en un discurso que el ilustre sabio pronunció, no sólo no se retractaba sino que decía poder acrecentar mucho aún sobre la realidad espírita.

Sin embargo el mundo científico aún no tiene ojos para ver. El hombre ha de curarse de ese orgullo que acompaña inevitablemente una educación científica o una instrucción especializada, incompleta, como es frecuente en nuestros días. Actualmente no ocurre tan sólo que los filósofos no saben matemáticas sino que los matemáticos no saben matemáticas. Cada uno de ellos conoce una parcela muy concreta de su especialidad. Disciplinas especializadas que se han desarrollado como los dedos de una mano, unidos en su origen pero que ya no están en contacto unos con otros. Son como farolas en la noche transmitiendo haces luminosos fuera de los cuales sólo hay sombra e incertidumbre.

No obstante expondremos como el empirismo científico define los períodos específicos de la investigación humana:

  1. Bajo el punto de vista de la ciencia el primero surgió con la revolución Copernicana, que favoreció al hombre la liberación del geocentrismo en el que vivía enclaustrado. A partir de las ideas de Nicolás Copérnico la Tierra dejó de ser el centro del Universo lo que contrarió de lleno la postura dogmática de la tradición religiosa. Propuso el sistema heliocéntrico, según el cual El Sol sería el centro del Universo, estableciendo el orden y las órbitas de los planetas. Aunque no construyó un sistema heliocéntrico completo, y aunque el Sol no es de, hecho, el centro del Universo, sus teorías revolucionaron la astronomía y se consideran el paso desde la Edad Media hacia la Ciencia Moderna.
  2. El segundo gran periodo lo constituye la revolución cartesiana, presentada al mundo a través del pensamiento de René Descartes. De acuerdo con las ideas del filósofo francés el cosmos se torna accesible a la razón. La primacía de la lógica y del análisis permite al hombre el control de la ciencia v de la técnica. Su filosofía arranca del famoso pienso luego existo. Divide el mundo en sustancia espiritual y material, cuyos atributos esenciales son respectivamente pensamiento y extensión. Se le considera el iniciador de la Filosofía Moderna.
  3. El tercer período nacía con la revolución darviniana, fundamentada en los estudios del naturalista Charles Darwin. Por esta nueva puerta de entrada, rumbo al progreso, el hombre fue reconducido a la naturaleza, a la vez que se le liberaba del antropocentrismo. Fue el primero en reunir pruebas concretas, a través de la experimentación y la observación, sobre la evolución de las especies.
  4. El cuarto periodo que aún está en curso está reconocido por los científicos como la revolución sistémica, que está trabajando la posibilidad de que el hombre reintegre sus conocimientos, rearticulándolos como un todo coherente. La naturaleza delante de la tecnología, el sentimiento en armonía con la razón, el retorno de la visión del hombre como ser integral.
  5. En las puertas del tercer milenio, la comunidad de los investigadores ya ve surgir en el extenso horizonte de las conjeturas científicas el quinto paradigma, llamado revolución simbiónica. Se trata de una síntesis analítica y sistémica de las ciencias entendidas como complejas y la teoría del caos.

Estas ciencias complejas deben desembocar en una visión unificada de la naturaleza. La revolución simbiónica permitirá trazar posibles vías o soluciones en la sociedad rumbo al nacimiento del hombre simbiótico, esto es del ser que aprenderá a valorar en favorde su propia sobrevivencia la auténtica fraternidad.

Algunos científicos aseguran que la evolución de la humanidad permitirá una interpretación racional y sensible del mundo. Surgirán y surgen nuevas instituciones tecnológicas, tales como las bioindustrias y las ecoindustrias, y nuevas disciplinas, como la biótica, la neobiología, la macrobiología y la bioinformática.

El espírita es aquél que tiene la disciplina necesaria para acompañar la evolución científica del mundo, pero que también tiene el sentimiento interno de buscar más allá de los caminos definidos por este medio, en esta hora en que el Espiritismo ha descubierto lo que la ciencia aún no consiguió, por falta de instrumentos más sutiles de percepción.

No hay duda de que el Espiritismo en este sentido representa una auténtica y grandiosa revolución en los campos filosófico, científico y religioso. Tenemos innumerables razones para pensar que la visión espírita del mundo será el iluminado estandarte de la humanidad futura, heredera de la regeneración. Pero se nos da desde hoy para que sepamos construir desde ya los caminos que nos llevarán a un mañana más seguro.

Nadie sabe de qué forma habrá de darse la certeza del Espiritismo en la ciencia de la actualidad, posiblemente un instrumento que nos permita «ver» el periespíritu y el grandioso entorno fluídico que nos rodea, porque, como bien sabemos, muchos necesitan ver para creer. Pero esta certeza, esta nueva ciencia producirá grandes transformaciones tanto en el ámbito religioso como en el intelectual.

Como es de suponer no será sin provocar gran estruendo en las diferentes ramas del intelecto humano, donde el fenómeno será estudiado como nunca. Actualmente es imposible esconder cosa alguna durante mucho tiempo, gracias a las nuevas tecnologías de comunicación.

No es que vaya a surgir una religión, surgirá la religión. Sus adeptos serán reconocidos porque no procurarán convertir a nadie pero convencerán a todo el mundo, aunque cada uno a su tiempo.

¿Utopías?, bueno, el tiempo se encargará de desvelar el misterio, de levantar el velo de Isis.

Son muchos los adversarios que impiden y han impedido que el Espiritismo progrese en el terreno científico. Pero no son ellos quienes nos preocupan…

Simón Pedro caminaba al lado de Jesús entre Cafarnaum y Magdala, cuando le pidió orientación para descubrir donde podrían estar nuestros mayores adversarios. Quería combatirlos para trabajar con mayor eficacia por el Reino de Dios.

Ante el silencio del Señor, el discípulo insistió, respondiéndole Jesús que la experiencia todo lo revela en el momento preciso.

Incomodado por tener que esperar Simón siguió al lado del Maestro, cuando vio, algunos pasos más hacia delante que alguien caminaba escondido tras unas viejas higueras. El apóstol empalideció, declarando que el desconocido podría ser un fariseo dispuesto a asesinar al amigo. Cuando intentó agarrarlo, descubrió que en lugar de un fariseo era Andrés, su propio hermano, que se presentaba sonriente uniéndose al grupo.

Jesús aprovechó el momento y dijo:

– Pedro, nunca te olvides de que el miedo es un adversario terrible.

Un poco más adelante, el grupo encontró a un levita que recitaba pasajes de la ley judía, y que les dirigió la palabra poco respetuoso. Pedro se llenó de rabia, reaccionó y discutió, hasta que el interlocutor quedó amedrentado.

-Recuerda amigo, explicó el Maestro, que es indispensable nuestro auxilio al que ignora el verdadero bien, sin olvidar que la cólera es un adversario cruel.

Unos pasos más y encontraron a un vendedor de perfumes, que les informó sobre un leproso que Jesús había curado y que huyó para Jerusalén, donde acusaba al Mesías de mentiroso. El pescador no se contuvo. Gritó que Zeconías, el ex-enfermo, era un ingrato y maldijo su nombre.

Jesús entonces llamando su atención le recordó la necesidad del perdón y añadió:

-La dureza es un verdugo del alma.

En el transcurso del camino, avistaron a un viejo romano semiparalítico, que les sonrió, desdeñoso, desde lo alto de las andas sustentadas por los fuertes esclavos. Simón observando el cuadro que ahora se le presentaba, adujo que desearía curar al pecador impenitente, para doblegarle el corazón hacia Dios.

Jesús, sin embargo, le acarició el hombro y afirmó:

-Cuidado, amigo. La vanidad es un adversario sutil.

Pocos minutos después llegaron a la hospedería de Aminadab, un seguidor de las nuevas ideas. Ya en la mesa, Simón conversó con un esclavo liberado de Cesárea, que destacaba los aspectos menos felices de los acontecimientos políticos de la época. Después de destacar los equívocos y desmanes de los poderosos, Jesús preguntó a Pedro si alguna vez hubiera él ido a Roma. La negación vino rápida a lo que el señor manifestó:

-Hablaste con tal desenvoltura sobre el Emperador que me pareció estar delante de alguien que hubiese convivido con él. Estemos convencidos que la maledicencia es un adversario terrible.

Contemplando el paisaje, el Gran Amigo de Pedro concluye:

-Pedro, hace una hora procurabas descubrir nuestros mayores adversarios. Desde entonces han aparecido cinco entre nosotros: el miedo, la cólera, la dureza, la vanidad y la maledicencia… Como ves nuestros peores enemigos moran en nuestro propio corazón.

Son estos adversarios internos los que detienen la marcha del Espiritismo, de la Nueva Ciencia. El miedo que nos aleja del trabajo y de la lucha, la cólera que nos sintoniza con los espíritus inferiores, la dureza que nos lleva a la isla desierta de nuestro egoísmo, la vanidad que nos aleja de la orientación de los buenos espíritus o la maledicencia que siembra la discordia entre los mismos espiritistas

Alguien podría objetar diciendo que el Espiritismo progresa inevitablemente, que la luz nunca se puede esconder debajo del celemín y llevaría razón en parte. Porque la verdad siempre triunfa tarde o temprano pero de nosotros depende participar de esta gran obra.

Salvador Martín

Artículo anteriorEstudio Sistematizado de la Doctrina Espírita
Artículo siguienteGuía de Estudio del Evangelio Según el Espiritismo