Las comunicaciones de los espíritus en las pandemias
La pandemia de 1918, mal llamada española, pues ni se inició en España, ni tuvo en este país una mayor afectación, recibió el nombre de gripe española porque ocupó una mayor atención de la prensa en España que en el resto de Europa, por no estar involucrada en la guerra y por no censurar la información sobre la enfermedad. Aunque el origen del virus se sitúa en Estados Unidos, en uno de los campamentos militares establecidos en Kansas tras el comienzo de la I Guerra Mundial, donde se registró el primer caso.
Parece ser que algunas personas con «posibles» utilizaron la vieja diligencia de huir, porque hasta bien entrado el siglo XIX se decía:
De las mortíferas pestes tres diligencias libertan: pronta salida, remota distancia y muy larga ausencia.
Con el H1N1 de 1918 ninguno de los cerca de 100 millones de fallecidos en el mundo pudieron huir de su destino, tampoco podremos hacerlo con el Covid-19 más allá de extremar las medidas higiénicas, que invitan al contrario de la huida al recogimiento, al menos a aquellos que no están vinculados con servicios esenciales, tan necesarios, y que nos llevan a descubrir hoy la importancia que siempre tuvieron.
El Soldado de Nápoles era también el apodo de La Gripe Española, se trataba de una canción de la zarzuela La canción del olvido. Y como resulta que efectivamente ya la habíamos olvidado quizá tenemos que volver a escucharla.
Las dificultades que pasamos en este plano físico suceden por algo, pero también para algo. Esencialmente son fruto de las imperfecciones tanto individuales como colectivas, de la ausencia de valores. Mientras existan las terribles desigualdades, el materialismo más exacerbado; mientras el dinero y las cifras estén por encima de las personas; mientras éstas se despreocupen del sufrimiento ajeno enfrascados en tener más y mejores cosas, la humanidad estará enferma y necesitará que algo venga a recordárselo; algo que le incentive hacia una verdadera transformación. Y sucederá una y otra vez, repetidamente hasta que ésta se produzca.
Algunos buenos espíritus dieron comunicaciones en la gripe de 1918, como las están dando hoy en día, y ni entonces ni hoy nos pueden traer la solución a algo que tenemos que solucionar nosotros, entre otras muchas razones para no perder el mérito de nuestras conquistas. De igual forma que un maestro de matemáticas no quita o resuelve los ejercicios a sus alumnos, si quiere que efectivamente aprendan. Pero los buenos espíritus como los buenos maestros nos orientan y no nos traen reglas nuevas o novedosas, se trata exactamente de la misma aritmética que se nos ha enseñado desde hace siglos y que debemos aplicar en nuestras vidas si queremos sumar bienes y restar dolores y sufrimientos.
He aquí algunas de esas comunicaciones que hemos seleccionado objetivando lo más importante que podemos aplicar hoy en día en nuestras vidas. Para vacunarnos contra la pandemia más terrible y que más muertes genera en este mundo, el egoísmo.
No os llaméis jamás desdichados cuando la enfermedad hiera vuestros cuerpos; cuando la miseria llame a las puertas de vuestros hogares, ni cuando la adversidad, el infortunio, se ciernan sobre vuestras cabezas; porque si en medio de los dolores físicos, vuestra alma se conserva sana y remonta sus alas a las regiones de la luz en busca de paz y de consuelo, la enfermedad será corona y gloria, en vez de desdicha: y si en el seno de la escasez y de la miseria material, vuestra alma está rica de virtudes y vestida con la estola de la caridad y de la fe, vuestra hambre será la palma que coronará algún día vuestra victoria: y si en medio de las adversidades y de las desgracias, vuestra alma se engrandece en Dios y se fortifica en la esperanza de su misericordia y de su amor, las adversidades y las desgracias serán para vosotros el reguero de luz, que, cual estela esplendorosa, dejará vuestra planta por el camino de la vida, hasta la eterna patria, donde os conducirán vuestros dolores y vuestras penas para eternamente ser felices.
Llamaos, sí, desdichados, ¡oh, mis queridos hermanos!, solo cuando carezcáis de misericordia; cuando os falte el sentimiento de la caridad; cuando la envidia, el odio y la maldad extienden sus tinieblas sobre vuestros espíritus y entenebrezcan vuestras almas. Entonces ¡oh! solo entonces, podéis llamaros mil veces desdichados; porque instrumentos seréis en la Tierra, no de la misericordia, sino de la justicia. No seréis paño que enjugue las lágrimas, sino martillo que hiera la iniquidad. Y entonces vuestra suerte merecerá compasión, porque seréis verdaderamente desdichados.
ANGEL
¡Adelante, campeones de la vida, soldados del bien, adelante!
Es necesario escalar la cima del progreso, que es el colmo de vuestra dicha.
Nada de temores, nada de abatimientos ni de tristezas. Luchar es vivir, es engrandecerse, es perfeccionarse, es progresar.
¡Bendita sea la lucha, benditas sean las asperezas en que se prueba el temple de vuestras almas!
Cuando el combate os sale al paso ¿por qué os sobrecogéis? ¿por qué dudáis?
¡Nada de temores! os repito: bendecid al Señor; pedid su protección y llenaos de santa alegría, de confianza y de fe, conquistad un lauro más cada día; cubríos de una gloria nueva; presentaos con un mérito más, a los ojos de Aquel que os quiere, resignados, pero no cobardes; humildes, pero no entristecidos ni humillados; mansos, pero no atrofiados ante el dolor, ante la prueba, que es la corona de vuestra vida, la glorificación y el porvenir de vuestras almas.
Nada de temores, os lo repito. Fe, confianza, alegría, y aceptad con valor la lucha.
UN PROTECTOR
En el surco del dolor ha de plantar el hombre la simiente de su felicidad.
Alentad, hombres de fe, con vuestra palabra a las almas débiles que al sentir los primeros embates del aquilón se doblegan cual efímeras plantas, sin sentir la grandeza de la lucha, sin mirar a su alrededor las ruinas y el destrozo cuando apenas azota sus frentes la ráfaga que pasa.
Enseñad el cielo a los que sufren. Mostradles el premio a los que batallan.
Recordadles a los que vacilan y se quejan, la necesidad de trabajar para atesorar; de luchar para vencer; de resistir para elevarse.
Y sed benditos de Dios, vosotros, los que tenéis vuestra planta sobre la roca firme de la fe y vuestras frentes elevadas a lo alto, donde no llegan los vapores de la tempestad.
EL PADRE JOSÉ
En el crisol, se depura el oro purísimo de la escoria que lo compenetra en su estado primitivo.
Así vuestras almas solo pueden dejar las escorias del estado primitivo en el crisol del sufrimiento y de la prueba.
No os desconsoléis, pues, porque la depuración os salga al paso para haceros merecer un estado mejor.
No olvidéis en los períodos de prueba, de que es necesario que vaya sembrada la vida humana, aquel ejemplo y aquellas palabras con que el Salvador fortificó la fe de sus discípulos, cuando en medio de una tempestad horrible dormía, como queriendo decir: «Miradme, estoy tranquilo, y duermo confiado en medio de la borrasca, porque quien a Dios tiene y a Dios se acoge, nada puede temer»; pero los apóstoles procedieron como procedéis vosotros en la hora del riesgo, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! A esto os contesta la Divina Providencia con su previsora bondad: Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis? ¿No veis que vuestra fe en Dios, es decir, en el poder, en la bondad, en la sabiduría, os lleva a caminar sobre las olas y a salvar los precipicios que rastrea vuestro pie? Alentad, hijos míos, alentad.
Ved allá, en lo desconocido, el bien, la luz, el amor velando por vuestro bien y esperando solo que llaméis, como él debe de ser llamado, para serenar vuestras tempestades y allanar el sendero pedregoso que atravesáis en vuestra vida.
ANGEL
Sean las virtudes, los remedios que apliquéis a vuestras flaquezas. El orgullo, la soberbia, el egoísmo, en fin, son verdaderas flaquezas o enfermedades del espíritu; y como toda dolencia, llevan su cohorte de padecimiento al ser humano.
La humildad, la mansedumbre, la caridad, en todas sus manifestaciones, son los remedios infalibles a aquellas dolencias. Cuando os sintáis flacos; es decir, enfermos del alma, en vosotros mismos tenéis la panacea. Sino por Dios, ni por amor al bien, por temor al mal, al menos, usad las virtudes, arraigándolas en vuestras almas, para que robustos, fuertes e incólumes, atraveséis el árido sendero de esa vida mortal.
UN PROTECTOR
El hombre vive con los ojos fijos en la Tierra o en el Cielo; jamás en sí mismo. Obra en la Tierra según el estímulo de sus pasiones, de sus intereses, de sus conveniencias, de las influencias exteriores que doblegan su flaqueza; y cuando no puede sobreponerse a los contratiempos y obstáculos aglomerados a su paso, vuelve la vista al cielo para pedir o para acusar.
¿Qué pide el Hombre a Dios? Que intervenga la ley y trastorne el orden, para librarle de su propia labor; pues que los males que le salen al paso no son otra cosa que su misma obra.
¿Por qué acusa el hombre a Dios de las contrariedades e infortunios que le abruman. ¡Ah!, ni Dios puede nada en bien del humano, que por sí mismo labró su desdicha, ni tampoco puede jamás arrojar a su paso un solo átomo de mal; porque siendo Dios el bien, el mal no tiene existencia, ni puede tenerla para el Creador.
Volved, pues, hermanos de la Tierra, los ojos de vuestro espíritu sobre vosotros mismos; no los apartéis un solo momento de vuestra conciencia.
Allí está la causa de todo cuanto lamentáis, y allí el remedio de cuantas penas sufrís y lloráis.
La oración para elevaros y marchar siempre en la presencia del Señor y buscar ayuda, pidiendo para que se os de; y la mirada fija constante en vuestro corazón para que sepáis por qué sufrís; para que consideréis lo que debéis esperar, y para que os evitéis el patrimonio de los extravíos y desaciertos. Sois dueños, pues, de vuestro destino. Si queréis evitar mañana lo que hoy sufrís, sed hoy mejores que ayer, mañana mejores que hoy. Al terminar la jornada de cada día, pasad balance a vuestras obras todas.
¿Qué habéis evitado en el día de hoy? ¿qué nueva transgresión tenéis que lamentar? ¿qué calda que llorar? ¿qué victoria que cantar? ¿qué obra buena, qué perla que añadir al tesoro de la vida espiritual?
UN PROTECTOR
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