Las Leyes Morales por Rodolfo Calligaris

Las Leyes Morales analiza la tercera parte de El Libro de los Espíritus, desde las cuestiones 614 a 919. Rodolfo Calligaris desarrolla en este análisis un profundo estudio sobre las leyes morales y las enseñanzas de Cristo. Son comentarios sobre el problema y la responsabilidad del mal, el trabajo y el reposo, el libre albedrío y la familia, entre otros, explicando el aspecto moral del Espiritismo y su misión hacia la humanidad. Las Leyes Morales es una obra con respuestas y explicaciones sencillas, lo que la convierte en una herramienta muy didáctica para ser objeto de estudio del camino que debemos recorrer en la búsqueda de la evolución espiritual.

Las Leyes Divinas

(…) El Espiritismo, aunque aún es rechazado y duramente atacado, tanto por la Ciencia como por la Religión tenidas como oficiales, vino a traer, en el momento oportuno, una preciosa cantidad de conocimientos nuevos, para el interés de ambas, ofreciéndoles, con eso, el eslabón de unión que les faltaba, para que se pongan de acuerdo y se presten mutua colaboración,  porque,  si  es exacto que la  Religión no puede ignorar los hechos naturales comparados por la Ciencia, sin desacreditarse, esta, igualmente, jamás llegaría a completarse si continuase haciendo tabla rasa del elemento espiritual.

Gracias al Espiritismo, se comienza a reconocer que el hombre, criatura compleja que es, formada de cuerpo y alma, no sufre sólo las influencias del medio físico en el que vive, como es el clima, la tierra, la alimentación, etc., sino tanto o más las influencias de la psicosfera terrena, es decir, de las entidades espirituales – buenas o malas – que cohabitan este planeta (los llamados ángeles o demonios), las cuales interfieren en su comportamiento en mayor escala de lo que él quiera admitir. De ahí la recomendación de Cristo: “orad y vigilad para no caer en tentación”.

Gracias también al Espiritismo, hoy, se sabe, que el espíritu, o alma, no es mera “función” del sistema sensorio- nervioso-cerebral, como divulgaba la pseudo-ciencia materialista, ni tampoco una “centella” sin forma, incapaz de subsistir por sí misma, como lo imaginaban las religiones primeras o primarias, pero sin un ser individualizado, revestido de una sustancia quintaesenciada, que, a pesar de ser imperceptible a nuestros sentidos groseros, es pasible de, mientras está encarnado, ser afectado por las enfermedades o por los traumatismos orgánicos, pero que, por otro lado, también afecta a la indumentaria (soma) de la que se sirve durante la existencia humana, ocasionándole,  con sus emociones, disturbios funcionales e incluso lesiones graves, como lo testifica la psiquiatría moderna al hacer medicina psicosomática.

Cuanto más desarrolla el hombre sus facultades intelectuales y perfecciona sus percepciones espirituales, más se va enterando de que el mundo material, esfera de acción de la Ciencia, y el orden moral, objeto especulativo de la Religión, guardan íntimas y profundas relaciones entre sí, concurriendo uno y otra, para la armonía universal, meced de las leyes sabias, eternas e inmutables que los rigen, como sabio, eterno e inmutable es Su Legislador.

No puede ni debe haber, por tanto, ningún conflicto entre la verdadera Ciencia y la verdadera Religión. Siendo, como son, expresiones de la misma Verdad Divina, lo que necesitan hacer es darse la mano, apoyándose recíprocamente, de modo que el progreso de una sirva para fortalecer a la otra y, juntas, ayuden al hombre a realizar los grandes y gloriosos destinos para los que fue creado.

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