Manuel Ausó y Monzó / Biografía

Manuel Ausó Monzó, (8 de diciembre de 1814, Alicante – 25 de enero de 1891, Alicante), fue un médico, catedrático de Historia Natural, homeópata, escritor, articulista, político, y por encima de todo un pionero y destacado defensor de la filosofía espírita.

 

El Médico

Vista Retrato de Manuel Ausó y Monzó
Manuel Ausó y Monzó

De inteligencia brillante y gran afición al estudio desde la niñez, pudo obtener una educación conforme a sus aspiraciones y aptitudes, gracias al esfuerzo de sus padres, a pesar de sus escasos recursos.

Estudió latinidad en el convento de San Francisco de Alicante, y filosofía en Santo Domingo de Orihuela. Estudio Medicina en Madrid, logrando doctorarse a los 29 años, cursando asignaturas en la Universidad de Valencia y habiendo hecho las prácticas en la de Barcelona.

Establecido en Alicante, no tardó en adquirir numerosa y escogida clientela.

 

El Homeópata

A los 37 años contrajo una larga y penosa enfermedad pulmonar, con grandes y frecuentes hemorragias. Alcanzando casi el umbral de la muerte llegó a estar desahuciado por la medicina alopática, y buscó en la medicina homeopática lo que no encontró en la medicina tradicional logrando restablecerse. Según sus propias palabras «conseguí con la suavidad y dulzura de sus racionales tratamientos restablecer completamente mi estado normal».

Desde entonces se hizo ferviente partidario de la doctrina de Hahnemann, en cuya defensa sostuvo luminosas polémicas y escribió notables trabajos. Emprendió una campaña de difusión en revistas y periódicos sobre la capacidad curativa de este método.

Los debates con médicos alópatas fueron bastante importantes en la prensa de aquellos años. Concretamente, El Graduador y La Unión Democrática, se hicieron eco de la controversia establecida entre Ausó y el también médico Matías Doménech. Llegaría a publicar una obra recopilatoria sobre estos artículos en 1881. Sus dos primeros capítulos resultan muy esclarecedores sobre el pensamiento de Monzó, no sólo como homeópata sino como un hombre de su tiempo. Las continuas alusiones al progreso y a la ciencia «que rompe los lazos de las preocupaciones escolásticas que la aprisionan» y aparece como «regeneradora de la humanidad», a las «añejas instituciones, deterioradas y consumidas por el tiempo y por la podredumbre que entrañan», a los «intransigentes, ciegos y negros fanatismos, origen de tantos males, que han caracterizado en todos los tiempos a las religiones positivas» constituyen una muestra de la pervivencia de sus ideales revolucionarios a través del tiempo.

Otro caso de un médico espiritista, de esos grandes espiritistas pioneros que se cuentan con los dedos de una mano, que se inclina de lleno a la homeopatía, junto a Anastasio García López, y Bezerra de Menezes; coincidiendo con éstos la vertiente de médico, espírita, escritor, articulista y político.

La homeopatía aún tan denostada contiene soluciones, en las diluciones de las disoluciones, que todavía hoy no ha recibido el suficiente aval de la comunidad médica, a pesar de varios estudios experimentales de evidentes resultados1, todavía no se ha podido dar el golpe de gracia a los críticos. Vivimos en una sociedad que acepta mayoritariamente los medicamentos alopáticos, que si están reconocidos científicamente, que si reciben grandes sumas de dinero para avalar su eficacia, a pesar de que muchos de ellos excedan lo permisible en cuanto a efectos secundarios, que tras ellos hay grandes industrias más preocupadas con los dividendos que con la curación, y esta misma sociedad, desde diversos ámbitos, hasta políticos y periodísticos, se precipita en  llamar de pseudociencia a esta alternativa de Samuel Hahnemann, no porque no funcione, simplemente porque no saben por qué funciona. Para ignorar el conjunto de datos experimentales que existen actualmente sobre los medicamentos homeopáticos y negar el cuerpo de la experiencia clínica de homeópatas y pacientes homeopáticos, uno tendría que ser virtualmente ciego. Seguro que esta ceguera es una aflicción temporal, que pronto se curará.

 

El Profesor

A los 30 años opositó a la Cátedra de Historia Natural en el Instituto de Segunda Enseñanza de Alicante, puesto que ejerció hasta su desencarnación, con 76 años, siendo modelo de profesores, y llegando al cargo de director de dicho Instituto.

Era profesor de las asignaturas de Historia Natural y de Fisiología e Higiene. Dirigió la organización del precioso gabinete de Historia Natural, donde había ejemplares de todas clases.

José Milego, en sus Apuntes Biográficos afirma que “explicaba de un modo sencillo y reposado, sin incurrir en trivialidades y poniendo la sana doctrina al alcance de todas las inteligencias”. Indica que entre los notables discípulos que tuvo se encontraban Castelar, Maisonnave, Esquerdo, o Gallostra.

 

Hombre social y político

Demócrata ferviente, durante muchos años ocupó los primeros lugares entre los republicanos históricos de su región.

Militó en las filas el Partido Republicano Federal, identificándose siempre con la tendencia que representaban Emilio Castelar y Eleuterio Maisonnave. En 1864 colaboró con este último en la creación del Círculo de Artesanos de Alicante, centro de reunión de los demócratas alicantinos y, al triunfar la revolución, fue vocal de la Junta Revolucionaria Provincial que presidía Tomás España y también vocal del Comité Republicano de Alicante, ostentando diversos cargos en el partido a lo largo del sexenio. Durante la Restauración siguió ligado al Partido Republicano Posibilista y fue miembro del Comité Democrático Posibilista en 1879.

Esta militancia política queda constatada tras el estallido de la septembrina, con su rúbrica en documentos tan importantes como La Declaración de Derechos de la Junta Revolucionaria de la Provincia de Alicante y la Autodisolución de la Junta Revolucionaria. Ya en la Restauración siguió manifestando su ideología republicana en el seno de la masonería. Concretamente en la logia Constante Alona, bajo el nombre simbólico de Hus, junto a otros prohombres del republicanismo alicantino, como Armando Alberola, Eleuterio Maisonnave, Primitivo Carreras o Rafael Sevilla entre otros.

En el ámbito de las actividades económicas fue socio fundador de la Caja Especial de Ahorros de Alicante (la futura CAM) y vocal de su Consejo de Administración, y socio de La Exploradora. Asimismo, fue miembro de las siguientes entidades de carácter económico: El Fomento (1878) y la Sociedad Económica de Amigos del País (1859), de la que fue presidente de su sección de ciencias en 1886.

En muchas áreas como son la espiritista, revolucionaria, republicana, política, económica, mejoras sociales y científico-culturales trabajó activamente junto con sus más que amigos, el referido Maisonnave, que fue ministro, y el Capitán de la Marina Mercante Ramón Lagier y Pomares, cabeza de la revolución del 68 y primero en leer e importar El Libro de los Espíritus.

Sus grandes conocimientos médicos y su valor cívico, le pusieron de relieve sobre todo durante las epidemias de 1854, 1865, 1870 y 1885.

 

El Espiritista

Manuel Ausó y Monzó escuchó hablar por primera vez de Espiritismo en 1871 a través de su hermano2, cuando fue junto a su hijo también homeópata a pasar unos días de semana santa a la casa que el hermano tenía en Aspe. Después de hablarles mucho al respecto, y mostrarles los libros de Allan Kardec, les invitó a la casa de uno de sus amigos que llevaba a cabo sesiones de comunicación a través del trípode, y tras evocar a espíritus conocidos, no solo entrevió, como Kardec con las mesas giratorias, algo digno de estudio, más aún:

Desde aquel instante el hecho de la comuni­cación con los espíritus fue para mí indudable, y convencido de esta gran verdad me declaré espiritista. Mi conversión a esta nueva doc­trina debía estar preparada con mucha antelación, ya que tan fácil me fue recorrer con rápida y vertiginosa mirada sus vastos y lumi­nosos horizontes.

Aquellas experimentaciones le llevarían al estudio de las obras de Allan Kardec y a expresar sus impresiones a algunos de sus más íntimos amigos, en los cuales encontró la cooperación que deseaba, dando finalmente por resultado la fundación de un centro espiritista en Alicante, que al poco de su fundación contaría con más de 400 socios. Siguiendo este ejemplo se fundaron varios centros de estudio en la ciudad y en la provincia alicantina, pero antes de esa fecha había ya numerosos grupos.

 

Sociedad Alicantina de Estudios Psicológicos

En Abril de 1872 se fusionan los centros de la ciudad La Reunión Alicantina, El Círculo Espiritista, La Sociedad de Estudios Espiritistas, La Caridad, dos círculos privados y la Sociedad de Estudios Psicológicos logrando así llevar a cabo el pensamiento que hacía tiempo germinaba en varios de sus socios.  Se había constituido una potente asociación denominada Sociedad Alicantina de Estudios Psicológicos, que nombró a Manuel Ausó su presidente, y entre los vicepresidentes se encontraba el gran Ramón Lagier, el famoso marino y revolucionario. Según palabras del Vizconde Torres-Solanot llegó a ser aquella quizá la más importante y seguramente la más numerosa asociación espiritista que ha habido en España. Siendo destacable los más de mil socios el mismo día de su fundación.  Como reza la carta que enviaron al director de la Revista de Estudios Psicológicos, pretendían dar muerte a la hidra indiferentismo, cuyas tres cabezas son la ignorancia, la pereza y la maldad. Sin duda lo consiguieron, preocupando en grado sumo a los poderes eclesiásticos de la región, que veían vaciarse sus templos mientras se llenaban las diarias clases magistrales de la Sociedad Alicantina de Estudios Psicológicos. La mayor parte de los sermones era para condenar a los espiritistas, bajo amenazas de excomunión y herejía a aquellos que osasen leer La Revelación, que si a alguno de sus feligreses le llegaba algún número debían entregarlo directamente a la iglesia o destruirlo por sus propios medios.

 

Federación Espiritista Valenciana

El 26 de agosto de 1889 tras una reunión de 100 hermanos de diferentes localidades,  se constituye la Federación Espiritista Valenciana, que comprendía las provincias de Alicante, Valencia, Murcia, Albacete y Castellón de la Plana. Se acordó que su órgano oficial fuese La Revelación y su presidente efectivo Manuel Ausó y Monzó. Figuraban como presidentes honorarios: Amalia Domingo Soler, el Vizconde Torres-Solanot, Anastasio García López, José Amigó y Pellicer y Juan Chinchilla.

 

El Periodista y la Revelación

La Revelación era el órgano oficial de la Sociedad Alicantina nacida algunos meses antes de la fusión y que también dirigió Manuel Ausó y Monzó casi hasta su postrer momento, y en la cual se mostró el profundo pensador y el austero espiritista que era.

Colaboró periodísticamente también con otras revistas como El Criterio Espiritista.

La Revelación merece un artículo aparte, que subiremos a continuación de éste, y que incluirá la posibilidad de descarga de todos los números con los que contamos.

Óleo Manuel Ausó y Monzó
Manuel Ausó y Monzó con la luenga barba que lo caracterizaba en sus últimos años

 

Homenajes póstumos

Muchos coincidieron en resaltar su conducta moral y una honradez intachable, junto a sus virtudes cívicas, lo cual le harían merecedor del respeto de todo el mundo, sin distinción de credo político o religioso. Una prueba de ese respeto fue el comentario que realizo el diario liberal conservador La Patria, haciéndose eco de su muerte:

Ayer por la tarde a las tres y media se verificó el entierro del que fue en vida nuestro respetable amigo D. Manuel Ausó Monzó, director del Instituto provincial de segunda enseñanza y distinguido médico, muy querido por las excelentes prendas personales que le adornaban, en las clases todas de la sociedad. El acto público fue muy lucido, pues asistió numerosa y distinguida concurrencia, hasta la calle de Alfonso el Sabio, donde se despidió el duelo. La redacción de La Patria, se asocia al justo dolor de la distinguida familia del finado.

El Graduador, de Alicante, apareció con orla negra rindiendo el último tributo al amigo del alma, venerable maestro, sabio doctor, integérrimo patricio y consecuente demócrata.

Aún lo estamos viendo.­ Tal como vivió, llegó al postrer momento, y su patriarcal semblante no se puede borrar de nuestra imaginación. Ni una contracción de agonía dolorosa en su rostro, ni un estremecimiento convulsivo en su cuerpo, ni estertor horrible, ni dolores agudos. Envuelto en amplísima bata de abrigo, sentado en un sillón del despacho, la cabeza suavemente reclinada sobre almohada pequeña, la luenga barba blanca cubriéndole hasta la mitad del pecho, los ojos cerrados como de cuerpo dormido, el tenue resuelto precursor de un plácido descanso y después… ¡el postrer suspiro!

Relatando el entierro, escribía aquel colega:

Verdadera explosión de sentimiento, sincera manifestación de dolor, fue la de ayer tarde. Todo Alicante, sin distinción de jerarquías, ni rangos sociales, se vio representado en el imponente fúnebre cortejo, agrupándose alrededor del modesto féretro que, por disposición expresa del finado, sólo ostentaba una sencilla cruz de cinta morada sobre fondo negro.

Así ha sabido despedir el pueblo de Alicante al hijo ilustre que nos ha abandonado para siempre. El imponente acto de ayer tarde dice más, mucho más, que cuanto nosotros pudiéramos escribir, queriendo reflejar en nuestras frases el general sentimiento que ha causado en Alicante la muerte del Dr. D. Manuel Ausó.

El Globo correspondiente al 29 de Enero, le dedicó largo y sentido suelto necrológico, haciendo resaltar las bellísimas prendas del venerable anciano que, a los ojos de los alicantinos, pobres y ricos, reaccionarios y demócratas, era un amadísimo patriarca. En el número del 12 de Febrero publicó su retrato y biografía, que terminaba con esta frase:

Si hay santos de la Humanidad, sin duda que D. Manuel Ausó y Monzó ha sido uno de ellos.

Encontramos referencias similares en diversas publicaciones de lo más variopintas en su género y procedencia, como El Magisterio Español, de Madrid, un periódico de instrucción pública que venía a ser el órgano oficial de los establecimientos de enseñanza.

Actualmente el doctor Ausó y Monzó tiene una calle dedicada en el barrio de Princesa Mercedes de Alicante.

 

Homenajes Espíritas

Durante muchos años, los últimos días de enero, varias sociedades espíritas españolas llevaban a cabo algún acto de homenaje a Manuel Ausó y Monzó. Hoy, entre los espíritas españoles, es simplemente un nombre que suena, en el mejor de los casos. Me temo Manuel que aunque hayan transcurrido más de 100 años aún no hemos podido dar muerte a la hidra indiferentismo, cuyas tres cabezas son la ignorancia, la pereza y la maldad, a tal punto que en estos días una u otra abunda entre los propios espíritas, encontrándose singulares casos en los que se reúnen las tres juntas.

Retrato de Amalia Domingo Soler
Amalia Domingo Soler

 

Amalia Domingo Soler

Le dedicó efusivas poesías, sentidos escritos, La Luz del Porvenir dedicó números prácticamente enteros al querido médico espiritista, igualmente aparecieron escritos de Amalia en otras publicaciones espiritistas dedicados a su querido Manuel, tan numerosos que no tendrían razón de ser, por su extensión, en esta biografía, sí queremos destacar este trecho.

Era un escritor correcto en la forma, y tan profundo en el fondo, que cada artículo suyo era un compendio de enseñanza racional espiritista.

Me sentaba a su lado y decía a sus compañeros: – Si Amalia sigue mis consejos hará mucho bien a los desgraciados y a sí misma. Si expiatoria es su existencia, misión hermosa, puede cumplir en medio de sus sufrimientos; en trabajar en la propaganda del Espiritismo está su redención. Yo la envidio, porque irá mucho más lejos que yo. ¡Cuánto puede adelantar si no se detiene! ¡Cuánto puede progresar si comprende su deber!

Yo le escuchaba con el mayor asombro, porque no podía comprender lo que me aguardaba el porvenir. Veía que mis ojos siempre me amenazaban con el tormento más horrible:

¡La ceguera!… Vivir de las dádivas y de la protección de los espiritistas lo rechazaba mi espíritu en absoluto: pues nunca he creído que debía vivirse a la sombra del ideal filosófico o religioso que el hombre defienda.

Ausó, desde Alicante, ordenó mi traslación para tenerme más cerca y poder estudiar mejor mi enfermedad.

De nuevo me trasladé a Alicante donde la ciencia de mi buen amigo supo combatir y vencer mi tenaz padecimiento. (se refería a su problema de vista)

 

Amigó y Pellicer

Escribió desde Lérida también sentidas líneas, entre las que destacamos:

Manuel Ausó, cuya modestia igualaba a su ilustración y virtudes, era una de las personalidades más eminentes de nuestra comunión filosófica, astro de primera magnitud de quien no pocas almas extraviadas en el desierto de hielo del escepticismo o sumidas en las tinieblas de la desesperación recibieron la luz de la convicción y el calor de la esperanza. ¡Dichosos los que, como él, parten de la Tierra dejando en ella una luminosa estela de virtudes y de consuelos y multitud de almas redimidas por su ejemplo y su palabra! ¡Bienaventurados los que, como Manuel Ausó, regresan al mundo espiritual ceñida la frente con gloriosa diadema de los que han consagrado su vida a la redención de sus hermanos! -Levántate- les dice el Padre de familias -levántate, siervo bueno y fiel, y entra en el gozo de tu Señor. No enterraste los talentos de inteligencia y sentimiento que te di, antes por el contrario, los hiciste fructificar y producir, ven a recibir el premio de tu actividad y celo; porque redimiste un alma, queda redimida la tuya; porque redimiste cien almas, tu sitio se halla entre los sacerdotes de la caridad y los apóstoles de la civilización del amor, para quienes la Tierra ha sido el crisol de todas sus impurezas y el pedestal de su gloria y su dicha. Siervo bueno y fiel, gózate en el fruto de tus obras.

El Vizconde Torres-Solanot
El Vizconde Torres-Solanot
El Vizconde Torres-Solanot

Participó del sentido homenaje que se le tributó en el Círculo La Buena Nueva de Gracia, el 22 de febrero de 1891, que se puede ver íntegro en la Revista de Estudios Psicológicos de Marzo de 1891. Omitimos la transcripción completa por contener muchos de los apuntes biográficos que ya incluye esta biografía, pero si queremos transcribir estas sabias palabras del Vizconde que siempre ponía los puntos sobre las íes, para recordarnos que por muy grande y noble que sea un hermano nunca debemos ni endiosarlo ni deificarlo.

Un deber de gratitud y de confraternidad nos congrega hoy aquí, para tributar cariñoso recuerdo a la memoria del apóstol del Espiritismo que en la tierra se llamó Manuel Ausó y que dejó su envoltura corporal en Alicante el 25 del pasado mes de Enero.

Gratitud y cariño, amor a la idea, simbolizada en quieres por ella afanosamente trabajaron; no otra cosa expresan estas manifestaciones de los sentimientos que más ennoblecen al hombre, traduciéndose en actos conmemorativos como los que acostumbramos celebrar en recuerdo de acontecimientos importantes en honor de los hombres que abandonaron el planeta dejando ejemplo digno de ser imitado.

Juzgan, sin duda, muy superficialmente las cosas, aplican criterio erróneo, entendemos que se equivocan, aquellos que confunden estos sencillos tributos de reconocimiento, del afecto y de la simpatía de las almas, con las apoteosis propias de otros tiempos y de otras creencias, pero impropias del Espiritismo y contrarias de todo en todo al concepto que nos da el espíritu y de nuestros destinos.

No, seguramente; no se trata en estas manifestaciones de deificar a nadie; los espiritistas no tenemos, ni pretendemos, tener dioses mayores y  menores, ni hay el más mínimo temor de que a su sombra lleguen a crearse ídolos, como tampoco pueden establecerse pontificados, ni dogmas, ni cultos religiosos, diametralmente opuestos a la doctrina por esencia racionalista y progresiva. Sabe el Espiritismo que ha dicho la primera palabra y que jamás dirá la última; es pues, por naturaleza, incompatible con él todo lo que represente estancamiento.

Si alguna tendencia tomase ese camino, bien pronto sería rama seca que por sí misma se desgajaría del gran árbol del Espiritismo. Desconocen su virtualidad los que otra cosa puedan pensar. Es sol que irradia brillantísima luz y no puede proyectar sombra aparente más que para aquel que se empeñe en cerrar los ojos. Muestra el camino de la Verdad, con auxilio de la ciencia y el amor, y sólo podría inducir a error a quien renegase de la razón. Enseña a practicar por convencimiento y por deber la virtud, y forzosamente ha de inclinarnos a obrar el bien. Por eso conceptuamos como el mayor de los beneficios, como la más inefable de las dichas, haber conocido la redentora doctrina y procurar llevarla a la práctica en todos los actos de la vida. De ahí el afán de proselitismo que se desarrolla en los que la comprenden y la sienten y de ahí que se procure aprovechar todas las ocasiones de propaganda.

Este fin principal va encerrado también en las solemnidades conmemorativas que celebramos los espiritistas, para tributar testimonio de afecto a seres queridos y para hacer propaganda de la doctrina. Un día nos da motivo el recuerdo de Allan Kardec, otro el de Fernández­Colavida, otro el de alguno de los hermanos que desencarnan, como hoy nos lo da esta sesión necrológica, en honor del inolvidable Manuel Ausó y Monzó.

Nosotros sólo hemos de añadir, que si por el fruto se conoce al árbol, puede juzgase del Espiritismo por lo que fue el apóstol desencarnado en Alicante. Sí, santa es la doctrina que produce santos y santo debe ser propagar esa doctrina, así como poner de relieve las virtudes de aquellos, para que tengan muchos imitadores.

Quizá de Ausó baste finalmente decir que fue un verdadero Espiritista y como tal, ejemplo de hijos, modelo de esposo, padre adorado de su virtuosa familia, amigo querido y hombre respetado y considerado por cuantos le conocían.

 

Recapitulando:

  • Participó activamente de un sueño revolucionario que puso en jaque en este país a los que durante siglos lo oprimieron, y aunque el mate de las injusticias aún no ha visto la luz, llegará, sí, llegará, pero aún no, porque aún nos encontramos en la ignorancia, la pereza y la maldad.
  • Fundó la Sociedad Espiritista más numerosa que nunca haya visto este país, convirtiéndola en una cátedra diaria de ciencia y conocimiento.
  • Curó a Amalia Domingo Soler, con esa medicina todavía denostada, pero también aquí nos mostró un camino que los hombres podremos recorrer cuando salgamos de la ignorancia, la pereza y la maldad. Fue el primero en admitir los ensayos literarios de Amalia Domingo Soler en la prensa espiritista.
  • Escribió auténticos ríos de tinta propagando las nuevas ideas, enfrentándose dialécticamente contra el fanatismo, con singular sabiduría y nobleza.
  • Puso en riesgo su vida como pocos, ante cuatro epidemias, con ese valor que solo se encuentra entre los que no temen a la muerte, porque a ciencia cierta saben que ésta no existe.

Al contemplar vidas y biografías como ésta, sentimientos de regocijo, admiración y gratitud se entremezclan en el espírita con la esperanza de que un día volverán, si es que no se encuentran ya entre nosotros, y si así fuera por sus obras, tarde o temprano, los reconoceremos.

Salvador Martín

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Bibliografía

Rico García, Ensayo biográfico, t. II.

Ausó y Monzó, M.: La Homeopatía. Colección de artículos publicados en el periódico El Graduador, en contestación a los que D. Ricardo Fajarnés y D. Matías Doménech insertaron en los diarios El Eco de la provincia y La Unión Democrática, imprenta de José Marcili, Alicante, 1881.

Milego, J.M. y Galdo López, A.: Alicantinos Ilustres. Apuntes Biográficos, Imprenta de El Graduador, Alicante, 1907.

Almanaque del Espiritismo para 1873

La Irradiación, 1893

La Revelación, 1872-1903

Notas

  1. Publicados en el Journal of the French Academy of Sciences, en The Lancet, o en el British Medical Journal.
  2. Cómo me hice espiritista

    Si yo hubiese aceptado como buena e indiscutible la educa­ción religiosa que recibí   de los autores de mis días, único alimento que se dio a mi espíritu para su adelanto, y a su vez el fanatismo de aquellos tiempos, tan feroz como intransigente, hubiera sentado sus reales en el santuario de mi con­ciencia, ahogando en sus primeros albores la noble y constante aspi­ración al progreso que sentía bullir incesantemente en el fondo de mi alma, yo hubiera sido, como tantos otros de mi época y de mis años, un católico, apostólico, romano, cortado a la usanza de los tiem­pos que corren y siempre refractario a toda idea grande y regene­radora; y sentados estos precedentes yo no hubiera sido jamás es­piritista.

    Pero contra los deseos y las voluntades ajenas, nuestro es­píritu, libre como el aire y la luz, se encuentra ligado a las condi­ciones esenciales que le caracterizan, incomprensibles si se quiere, pero que le ayudan a levantarse potente por sus propios esfuerzos, para salirse fuera de la norma trazada por la voluntad y el capricho de los hombres, impulsándole a marchar impávido por el camino que su propia intuición le señala, para realizar más tarde cuanto le sea necesario a la consecución del fin providencial porque vino a la tierra.

    Y si así no fuese. ¿cómo se explicaría esa inclinación irresis­tible, esa fuerza superior a la voluntad, que siente latir en lo más profundo de su ser y que le obliga a ver las cuestiones más trascen­dentales y de comprensión más difícil, de un modo distinto, y con­trario a veces, de cómo se quieren imponer y grabar en el entendi­miento? Problema es este de solución difícil para las diferentes es­cuelas filosóficas, pero que el espiritismo aclara y resuelve fácilmente, poniéndolo al alcance de cuantos quieran examinar con recto a im­parcial criterio sus obras fundamentales y las doctrinas y las ense­ñanzas de los espíritus. Ni la educación religiosa que se recibe desde los primeros años de la vida en el seno de la familia, ni los conocimientos científicos que suelen adquirirse en las escuelas oficiales, son ni pueden ser en todos los casos, los factores que han de constituir el carácter moral é in­telectual del individuo.

    O el espíritu acepta de buen grado y sin previo examen la edu­cación que recibe, o la rechaza con energía después de serio y dete­nido estudio. En el primer caso es como el ciego del Evangelio, que se deja guiar por otro ciego para precipitarse los dos en el hoyo. En el segundo, es el libre pensador que busca la verdad, y aprovechán­dose de su luz purísima admira extasiado la obra grandiosa y sublime de la Creación. El primero huye de Dios y de sus obras, que mira con desdén. El segundo le busca por todas partes, le sale al encuentro por todos los caminos, procura comprenderle en lo que le es posible y le alaba y glorifica contemplando sus encantadoras ma­ravillas.

    Ansiando alcanzar mayores y más positivos progresos, viene el es­píritu a la vida material acompañado de intuiciones, más o menos claras, que han de servirle de guía en todo aquello que se propone realizar en esa nueva etapa de su eterna existencia, y en la que, si consigue curarse de los defectos e imperfecciones que entorpecieron su marcha en anteriores encarnaciones y al mismo tiempo borrar, me­diante el trabajo, la meditación y el estudio, los grandes errores que ofuscaron su entendimiento y le hicieron caminar por desconocidos y tortuosos senderos, habrá dado un gran paso en el camino de su adelanto y se habrá aproximado a Dios. En el caso contrario, que­dará estacionado, y después de perder todo el tiempo de una vida material, le pasará lo que al estudiante que perdió el curso y ha de empezarle de nuevo forzosamente. Volverá, pues, a la erraticidad, donde, por medios que nos son desconocidos, se preparará y fortale­cerá con voluntad y decisión más firmes, para encarnar de nuevo, con intuiciones más claras, en el mismo mundo o en otros acomoda­dos a las necesidades que reclame su situación, y conseguir, por medio del trabajo y la práctica del bien, su necesario e indispensable perfeccionamiento.

    He aquí explicado, en breves palabras, el porqué yo he venido rechazando desde las primeras alboradas de mi inteligencia todo aque­llo que no se armonizaba con mi razón ni con el fin providencial que me trajo a este mundo, y porque también, sin grandes esfuerzos, he abandonado aquellas absurdas enseñanzas y aceptado con fe y en­tusiasmo la doctrina espiritista. Y caminando siempre en pos de la verdad en todos los órdenes de ideas, he militado sucesivamente y siguiendo siempre los impulsos de mi corazón, en las filas más avan­zadas de todo racional progreso, habiendo sido en política antiguo progresista primero, demócrata después y hoy republicano histórico. En medicina, después de conseguir los grados de licenciado y Doctor, principié mi práctica sin fe en las doctrinas que me enseñaron mis maestros, en las que no veía la luz que mi espíritu ansiaba, y cuan­do a consecuencia de un padecimiento crónico del pecho, con grandes y frecuentes hemorragias pulmonares, llegué hasta los umbrales de la muerte; desahuciado y sin esperanza alguna de recuperar mi salud, busqué en la medicina homeopática los consuelos que la alopatía me había negado, y conseguí con la suavidad y dulzura de sus racionales tratamientos restablecer completamente mi estado normal.

    Esto pasaba el año 1851 y desde aquella época, y cada vez con más entusiasmo y fe, he seguido ejerciendo la medicina homeopática, consolando y aliviando a la humanidad en sus dolencias, así en tiem­pos normales como en las varias y horrorosas epidemias, tanto del cólera morbo como de la fiebre amarilla, que diezmaron varias veces esta desgraciada población, mi país natal, y que tan tristes recuerdos dejaron grabados en la memoria de sus habitantes.

    En religión he sido siempre racionalista, y por esta causa acepté el Espiritismo en cuanto tuve la más ligera noción de esta doctrina, que está en perfecta armonía con las divinas enseñanzas de Jesús; que tantos consuelos dan incesantemente al peregrino de la tierra, y cuyos fulgores, si iluminaran como fuera debido la conciencia de los pueblos, mejorarían las condiciones de la humanidad y regene­rarían completamente el mundo.

    El año 1871, acompañado de uno de mis hijos, medico homeó­pata también, nos trasladamos a la inmediata villa de Aspe, donde mi hermano mayor tenía su residencia, con objeto de pasar en su compañía los últimos días de la semana santa. Mi hermano, que ya no está en este mundo, era también libre pensador, conocía muy bien la Biblia y defendía, cuando la ocasión se presentaba, con muy buen criterio y abundancia de datos bíblicos, la doctrina de Jesús, contra las absurdas enseñanzas de los hombres. Le pasaba lo que a mí; nin­gún vestigio guardaba en su alma de la educación religiosa que, como yo, había recibido en el hogar doméstico, ni nada tampoco de aquellas absurdas y ridículas doctrinas que había recibido de los frailes. Él había tenido, antes que yo, la dicha de conocer el Espi­ritismo, y al vernos en su casa sin previo aviso y en días de reco­gimiento para la generalidad de las gentes, creyó que aquella visita tan inesperada tenía otro objeto, y que éste era el averiguar lo que respecto del Espiritismo había de verdad, recelando por qué extraño conducto podía haber llegado este asunto a nuestra noticia. Mas, al ver nuestro silencio y nuestra indiferencia para todo lo que se re­lacionaba con esta idea que tanto llamaba su atención, se vio en la necesidad de declararse, refiriéndonos toda la historia de su rápida y firme conversión al Espiritismo. Nos enseñó El Libro de los Espíritus, El Libro de los Médiums, El Evangelio según el Espiritismo, obras de Allan Kardec fundamentales de la nueva doctrina y a cuyo estudio se hallaba entonces dedicado. Y después de hablarnos mucho sobre este particular, que ya nos iba atrayendo y preocupando también, para que no nos quedase género alguno de duda, nos acompañó a casa de uno de sus amigos, donde había una médium y se recibían comunicaciones por medio del trípode. Nuestra sorpresa y nuestro asombro fueron tan grandes, como grande era y trascendental el asunto que lo motivaba. Yo evoqué sucesivamente a los espíritus de mi madre y mis hermanos, recibiendo de ellos saludables consejos y consoladoras frases; y desde aquel instante el hecho de la comuni­cación con los espíritus fue para mí indudable, y convencido de esta gran verdad me declaré espiritista. Mi conversión a esta nueva doc­trina debía estar preparada con mucha antelación, ya que tan fácil me fue recorrer con rápida y vertiginosa mirada sus vastos y lumi­nosos horizontes.

    ¿Quién había de esperar ni de creer que de un pequeño pueblo de la provincia había yo de traer a la capital, grabada ya en el fondo de mi alma, la idea espiritista para propagarla y defenderla? Así es que, en cuanto volví a Alicante encargué libros y al poco tiempo y dada publicidad a la idea, se crearon centros que funcionaron con orden y regularidad, se desarrollaron médiums y más tarde veía la luz un periódico, La Revelación, propagador y defensor de las nuevas ideas, y de cuya publicación, aunque inmerecidamente, fui luego y continúo siendo director.

    Los que aceptan y propagan ideas basadas en un error, el más funesto y trascendental de todos los errores, y en los asuntos de la más alta importancia para el bienestar presente y futuro de la humani­dad, la dirigen con los ojos vendados, adormecida y esclavizada la inteligencia, por tortuosos senderos que han de conducirla más tarde al abismo de su perdición, se hacen reos de lesa conciencia y faltan a sus más sagrados deberes, aprisionándola con su torpe conducta en las redes de la superstición y del fanatismo y saturando su alma de los errores más funestos. ¿Por qué en vez de esto no enseñan la luz radiante de la verdad que brilla inextinguible en las páginas del Evangelio, en ese libro tres veces santo, cuyas cristalinas aguas re­generarían el mundo si se ofrecieran en su nativa pureza como sa­ludable bebida al sediento peregrino de la tierra? ¡Oh! Si esa doctrina bienhechora, única que ha brotado de los divinos labios de Jesús, la hubieran enseñado en todos tiempos los que tienen el deber ine­ludible de extenderla y propagarla por el mundo, otra sería la suerte de la generación actual, que no puede verse libre de la funesta le­vadura que tiene contaminada su sangre y que ha menester siglos y esfuerzos sobrehumanos para verla completamente regenerada. Sien­do esta la causa de mayor influencia y el más grande obstáculo que se opone hoy al triunfo rápido y definitivo del Espiritismo.

    ¡Ley santa del progreso, yo te saludo con la más dulce emoción de mi alma y te bendigo con júbilo! Tú te reflejas en todos los ac­tos de nuestra vida, inundas de vivísima luz nuestra alma y con tus claridades purísimas, estereotipas en lo más recóndito de nuestro ser tus divinos y sacrosantos preceptos. Tú, con la magia poderosa de la verdad que difundes, levantas del cieno de la superstición y del fanatismo a cuantos en ti se inspiran, destruyendo en brevísimos instantes cuanto el trabajo de una educación sin fundamento y de una enseñanza hipócrita levantaran en el transcurso del tiempo. Tú regeneras el mundo y las generaciones que pasaron, cegadas por el sol de tu justicia, huyen todavía despavoridas y avergonzadas, para ocultar en los abismos insondables del no ser, su torpe conducta, sus punibles veleidades, sus grandes vicios, sus funestos errores y su asquerosa hipocresía, para dar paso a la luz que brilla, como nuevo y esplendoroso sol, en las doradas páginas del Espiritismo.

    Me manifiesta usted, señor Director, en apreciabilísima carta, que mi firma hace falta en el Álbum biográfico espiritista que viene publi­cando la ilustrada revista que usted tan dignamente dirige y en la cual reputados escritores, con galana frase, elevados conceptos y correcto estilo, siguen embelleciendo con general aplauso y gran contenta­miento sus interesantes páginas. Y como una sola palabra de usted la entiendo como si fuese un mandato y son, por otro lado, tan grandes el cariño y la amistad que le profeso, no he titubeado un sólo ins­tante en dar satisfacción a sus deseos, en la medida de mis fuerzas y en lo que ha permitido el tiempo de que actualmente puedo dis­poner, sintiendo que la escasez de mis luces, mi   insuficiencia y mi pobre palabra, no me hayan permitido decir más y mejor de cómo he venido al campo del Espiritismo. Pero si así y todo he consegui­do llevar mi grano de arena al suntuoso edificio que se levanta, para bien del mundo, en el vasto océano de la conciencia universal, y del cual es usted uno de sus más valiosos y esclarecidos obreros, yo que­daré recompensado de este pequeño e insignificante trabajo y com­pletísimamente satisfecho.

    Manuel Ausó Monzó

    Alicante, Enero de 1884

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