POR EL FRUTO SE JUZGA EL ÁRBOL
Al igual que religiones, filosofías u otros sistemas, el Espiritismo marcha al desmenuzamiento, como el antiguo gnosticismo. Es la tendencia democrática y laicista de la época. Los trabajos más fructíferos en recopilaciones de fenómenos, dictados, estudios, o ensayos diversos, se hacen, o en el aislamiento, o con poca gente. Hay mil ejemplos, como el de Fernández Colavida.
Por eso recomendaba Allan Kardec los centros numerosos y pequeños, porque son más íntimos, se conocen mejor y suelen ser; más perseverantes, evitando mil inconvenientes y dificultades de los centros grandes, aunque éstos tengan sus funciones federativas y su papel. En los grupos pequeños se evitan los entuertos de hacer esos falsos Espiritismos antidemocráticos, irreligiosos, anticientíficos y ridículos de los antagonismos, rivalidades, competencias y antipatías; Espiritismos de mamarracho, sin Dios, sin espíritus, sin solidaridad, ni humanismo; que vanamente pretenden traer costumbres vandálicas y exclusivistas, copiadas de los partidos y sectas; que ven con mal ojo los nuevos centros y nuevas obras, queriendo restringir la libertad con tendencias ortodoxas, que se ponen en contradicción y descrédito; y sin quererlo,. dan armas a los detractores, que son felices cuando nos ven tirándonos los trastos a la cabeza.
Con estas luchas intestinas perecen las bibliotecas formadas, y aun los enseres del mobiliario a veces; los hombres sensatos se van por no ver tales cosas; los nuevos no vienen porque nadie quiere ser dominguillo de otro, siendo libre; y los capitales invertidos en publicación de obras peligran por estancamiento.
Si queremos saber bajo qué influencia colectiva de espíritus nos hallamos, y lo que somos, no hay más que juzgar el árbol por el fruto, esto es, juzgarnos a nosotros mismos.
Esto es también aplicable a lo individual en los casos generales, y en los raramente excepcionales de desórdenes. Porque, como dice el Evangelio, no se cogen higos en los espinos y las zarzas, ni uvas en los abrojos; regla que puede servir para guardarnos de los que vienen a nosotros con pieles de corderos y son lobos robadores.
Si vemos algún médium, hablador por los codos, que dice adivinar los pensamientos, y a pesar de cien planchas, sin responder a nada de lo que ignora, sigue impertérrito hablando a diestro y siniestro por mesones y posadas, poniendo en ridículo la filosofía y moral espiritas, hay obsesión manifiesta, porque es consecuencia lógica de no ver un libro que le enseñe experiencia, de no oír a nadie, ni aun a sus propios fracasos, y de continuar en su ceguedad con pasatiempos estériles. No se apercibe que pidiendo progresos a los demás y no explicándose a sí mismo reforma ninguna, viene a ser un fariseo moderno.
Otros espiritistas, en pequeño número, alardean de librepensadores, y son realmente ortodoxos netos, que guardan intimidades con jesuitas, y no pierden novena, misa, sermón, ni cabo de año, contradicción palpable con lo otro; se dicen imparciales y tolerantes, y rechazan todo lo ajeno; progresistas, y son retrógrados; sinceros y leales, y venden al prójimo; fraternales, y desorientan y tergiversan cosas, provocando mixtificaciones de los grupos, o la opinión, que como las manchas de aceite cunden por donde tocan.
Otros, que ya no son espiritistas, aunque lo digan, son disipadores en juegos de café de lo necesario a la familia; sin estudio apenas, lejos de reformarse se empeoran y envenenan con pasiones de partidos; se hacen instrumentos de requisas policiacas; abusan de la amistad traicionándola; son ingratos a algún beneficio; convierten cabezas de alfiler en montañas de fantasmagoría; husmean por todas partes para llevar chismografías a los de su partido; rebajan al lodo a los que no opinan, u obran como ellos, haciéndose teléfono de maledicencias y mentiras; y con estas intrigas y cábalas, siembran las discordias, complaciéndose en rebajar a otros en consideración social.
Con tales farsantes y los que les dan crédito, bien podríamos pasarnos sin ninguno.
Para todas estas cosas hay un criterio seguro: juzgar el árbol por el fruto.
Manuel Navarro Murillo