Victor Hugo El Poeta del Más Allá por Humberto Mariotti

En Victor Hugo El Poeta del Más Allá descubriremos que Victor Hugo fue un ejemplo de hombre progresista, de los que son capaces de forjar el bien para la humanidad.

El autor de Los Miserables fue una vida que luchó por la Idea a pesar de los más variados contratiempos sociales que agitaron su sensibilidad. Pero no fue un hombre que amarró su ideal al mundo exclusivo de la materia. Su inteligencia penetró en el Más Allá no sólo para ver una nueva imagen de las cosas objetivas, sino para descubrir la esencia de la vida inmortal del Espíritu.

Porque Victor Hugo sabía que sólo se construiría un mundo nuevo y mejor si las alas del pensamiento no son atrapadas por las garras de la vulgaridad y la indiferencia. Por eso es necesario el Ideal, es indispensable la Fe y es urgente conocer el Sentido de la vida, puesto que sin una teleología espiritual el Ser y la existencia se presentan como dos enigmas que desembocan en un abismo.

Victor Hugo no se rindió ni a la muerte ni a la nada.  Afirmó por medio de la poesía la vida del Espíritu y de la Idea y luchó como un gigante para mostrarle al hombre la esencia divina e inmortal que se esconde en su carne perecedera.

Humberto Mariotti

Victor Hugo (1802 – 1885) Francia

Además de gran novelista, poeta, dramaturgo y dibujante; fue un hombre profundamente interesado en el Espiritismo. A raíz de la pérdida de su hija, emprendió la tarea de comunicarse con ella Más Allá de la muerte.

En noviembre de 1853, Victor Hugo escribió en su diario:

El cielo, por medio de estas sesiones espiritistas, me ha regresado al ser que más he amado en la vida: mi hija Léopoldine.

En 1843, la hija mayor de Victor Hugo se casó con Charles Vacquerie, un joven adinerado, bien parecido y con ciertas inquietudes literarias que compartía, eufórico, con su suegro. Un templado y azul 4 septiembre de 1843, apenas diez meses después de la boda —ella ya embarazada— Léopoldine y Charles abordaron una barca en Villequier, en el Sena. Unas horas después, la barca zozobró en los meandros del río. Léopoldine se hundió y Charles la buscó sin resultado. Él pudo salvarse, pero seguramente sumido en la desesperación, se dejó arrastrar.

Victor Hugo estaba en esos momentos de viaje por el norte de España, en compañía de su amante, Juliette Drouet. Siguiendo su paseo, el poeta y su amante llegaron a la villa de Soubise y fueron a cenar a un restaurante local. En la mesa de al lado estaba olvidado un periódico parisino, el Charivari. En lo que Victor Hugo llama “el momento más aterrador de mi vida”, leyó el encabezado: “Muere ahogada en el Sena la hija de Victor Hugo”.

Aquella noche, escribió una sola frase en su diario:

Dios mío, ¿qué te he hecho?

Después de sucesivos esfuerzos por adaptarse al régimen tiránico de Napoleón III y bajo una real amenaza de arresto, decidió que él y su familia no podían permanecer más en París y en 1851 escapan a Bruselas y 2 años después, se instalaron en la isla de Jersey.

Apenas unos meses después de instalados, llegó a visitarlos Delphine de Girardin, amiga de la familia desde hacía años y quien a últimas fechas se había manifestado como una consumada médium para invocar los espíritus de los muertos. Victor Hugo manifestó cierto escepticismo en un principio, pero escuchó con atención el procedimiento usado por Delphine.

Delphine pidió ver la mesa que ellos consideraban apropiada. Era una pequeña mesa cuadrada de cuatro patas. Delphine estalló en risas: “En ella ningún espíritu podría manifestarse por pesado que fuera”. Por desgracia, la casa no había sido amueblada por un especialista en lo oculto. Así que para no arriesgarse a una mala experiencia, Delphine fue a Saint-Hélier esa misma tarde y recorrió incansable las tiendas de muebles hasta encontrar una muy pequeña mesa redonda de tres patas. Y esa misma noche intentaron la primera sesión, con un resultado nulo.

Al día siguiente sucedió lo mismo. Durante cuatro días, el grupo —al que se habían agregado los hijos de Hugo— insistió durante horas y horas sin recibir la más mínima respuesta del “otro” mundo. Victor Hugo terminó por aburrirse y se levantaba de la mesa continuamente.

Por fin, el domingo 11 de septiembre de 1853 (diez años después de la muerte de Léopoldine), la mesita empezó a emitir palabras a través de los golpeteos en el piso. Estaban presentes, además de Delphine, Victor Hugo, su esposa, sus hijos y, el general Auguste Vacquerie, tío del esposo de Léopoldine.

En una ocasión su hija Adèle le preguntó a Victor Hugo: “¿Qué hay en esa mesa para que pueda hacer lo que hace?”, y él respondió: “Ahí hay vida”.

En un primer momento, los mensajes fueron breves, dispersos, fragmentarios, casi incoherentes. De pronto Auguste Vacquerie le preguntó a la mesa: —Adivina qué palabra estoy pensando. La mesa golpeó: “sufrimientos”. Ésa no era la palabra, dijo Vacquerie. Él había pensado en “amor”. Pero durante los siguientes minutos los movimientos de la mesa se hicieron más bruscos. — ¿Aún eres el mismo espíritu que estaba allí? (preguntó Delphine). —No (respondió el Espíritu) —¿Quién eres tú? (preguntó Victor Hugo). La respuesta llegó enseguida: —Niña Muerta. Y Victor Hugo volvió a preguntar: — ¿Tu nombre?. La mesa golpeó: L.É.O.P.O.L.D.I.N.E. Luego continuaron más preguntas de Victor Hugo y las respuestas de su hija en espíritu.

Después de aquella primera sesión con el espíritu de Léopoldine —quien regresó con mensajes muy parecidos—, Victor Hugo tuvo ocasión de conversar con Shakespeare, Molière, Mozart, Dante, Esquilo, Platón, Galileo, Napoleón (el grande), Josué, Lutero, y otras personalidades. Algunas de esas conversaciones son admirables y otras caen en lo tedioso. Pero esto parecía asumirlo Victor Hugo como parte del fenómeno sobrenatural y no pareció minar su entusiasmo. Por eso, por ejemplo, cuando a Lutero le planteó sus dudas sobre la veracidad y conveniencia de las sesiones y de los personajes que en ellas aparecían, éste le contestó: – “No temas dudar. Duda aún más de todo. Evita las certezas. Shakespeare dudó y creó a Hamlet. Cervantes dudó y creó el Quijote. Dante dudó y creó el Infierno. Esquilo dudó y creó a Prometeo. Yo dudé y creé una religión”.
Pasaba horas y horas —en ocasiones noches enteras, hasta que era “la luz del día la que lo alumbraba”— transcribiendo, dentro de una gran euforia, los diálogos de las sesiones.

Victor Hugo escribía:

En las noches mi estudio se llena de ruidos extraños. Hay golpes en la pared. Los papeles vuelan en forma inexplicable. Las lámparas se apagan solas.

También anotó que cuando se despertaba por la noche, temía encontrarse con los seres que se manifestaban en las sesiones.

En una nota en su diario, Victor Hugo escribió:

Hoy tan sólo puedo dar fe de la existencia de un fenómeno que se manifiesta a través de los giros y golpeteos de una mesita de pedestal: la existencia de muchos otros mundos —quizá más cercanos al nuestro de lo que suponemos— y de la eternidad de las almas. No es necesario decir que nunca mezclé en mi trabajo ni una sola línea emanada de ese Misterio. Siempre he dejado tal material, escrupulosamente, a lo Desconocido, de donde llegó. Ni siquiera admití un leve reflejo de sus luces en mi escritura. El trabajo de la razón humana debe permanecer aparte de estos fenómenos inescrutables y nunca intentar apropiarse de ellos. No podría hacerlo. Las manifestaciones de lo invisible son un hecho, lo he comprobado. Las creaciones del pensamiento humano son otras, muy distintas…”

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