Conócete a ti mismo
El aforismo griego Conócete a ti mismo (que en griego clásico es γνωθι σεαυτόν, transliterado como gnóthi seautón) estaba inscrito en el pronaos del templo de Apolo en Delfos, según el periegético Pausanias. La frase ha sido atribuida a varios sabios griegos antiguos, entre los que se cuentan: Heraclito, Quilón de Esparta, Tales de Mileto, Sócrates, Pitágoras y Solón de Atenas.
Conócete a ti mismo con la ayuda del Espiritismo
Crees saber siendo que es más lo que ignoras,
crees ver, pero en un mundo de ciegos moras,
con limitados sentidos que simples ilusiones son
y de la realidad te muestran solo una pequeña fracción.
Tu vanidad obnubila y ofusca tu corazón,
nubla y embota tu insensata razón,
acomodada en la pobre ciencia del no saber:
algo tan esencial como quién eres y cuál es tu deber.
Pobre de ti que ni tu inmortalidad alcanzas ver,
hay tanto que te queda por explorar,
de un infinito que no logras siquiera atisbar,
y de tu milenaria esencia con su caminar.
Solo con verdadera humildad
podrás adentrarte en esta verdad:
«Solo sé que no se nada»,
dijo un sabio de la antigüedad.
«Conócete a ti mismo»,
dijo otro sabio, o quizá el mismo,
es algo que hoy repite el Espiritismo,
es el conocimiento de uno mismo.
Un medio práctico eficaz como ninguno,
para alejar de verdad lo malo de cada uno,
quitarte los defectos, en esta existencia, uno a uno.
Dijo el gran poeta Miguel de Unamuno:
«El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando».
Y dice el Espiritismo que los defectos si se curan estudiando,
es dentro de uno que hay que estar buscando,
hasta descubrir en nuestro corazón, por el interior viajando,
que el egoísmo y el orgullo lo están estrujando,
como grandes señores a tu ser dominando.
Dedica al día unos minutos a estarte interrogando,
a tu conciencia cada noche debes estar preguntando:
¿Si a algún deber has estado faltando?
¿Alguna oportunidad de hacer el bien que estas evitando?
Sigue esta práctica y tus virtudes, poco a poco, irán aumentando.
Salvador Martín
Pregunta clave
En la pregunta 919 de El Libro de los Espíritus Allan Kardec interroga:
-¿Cuál es el medio práctico más eficaz para mejorarse en esta existencia y resistir a las instigaciones del mal?
-Un sabio de la antigüedad os lo dijo: «Conócete a ti mismo».
En la respuesta a la pregunta 919 a, San Agustín afirma:
El conocimiento de sí mismo es, por tanto, la clave del mejoramiento individual.
Este mejoramiento solo puede ser realizado conscientemente, distinguiendo nuestros errores, nuestros impulsos equivocados y tratando de estar dispuestos a un cambio de comportamiento.
Cuando procuramos deliberadamente conocernos a nosotros mismos ampliamos nuestra conciencia.
Se reconoce al verdadero espírita en su transformación moral y en los esfuerzos que realiza para dominar sus malas inclinaciones.
Sin esfuerzo no hay transformación
El esfuerzo consciente es pues la meta de nuestro progreso, un esfuerzo en el que está implícito y se hace inevitable el conocimiento de uno mismo, si se quiere efectivamente obtener resultados.
Desde la infancia somos impelidos a conocernos, y hay muchas circunstancias en nuestro relacionamiento social, en las que descubrimos reacciones y tendencias que no conocíamos o incluso que nos llegan a controlar por encima de las que creíamos nuestras tendencias naturales. Pequeños o grandes conflictos con nuestros familiares, amigos, traumas y frustraciones, fruto del como los otros nos ven, y dónde el orgullo nos ha podido crear numerosos disgustos. El entorno social, nuestra familia, nuestro entorno estudiantil o laboral, es pues un espejo de nuestro verdadero yo, y en el que podemos continuamente leer quiénes somos en realidad.
Nuestros grandes conflictos emocionales provienen generalmente de esa relación con los otros, y son una señal de alarma, que pocas veces hemos sabido leer, porque no las aprovechamos para el autoconocimiento. Conocernos es reconocer nuestras limitaciones, nuestras imperfecciones, a partir de las cuales nos hacemos conscientes y podemos de forma práctica iniciar un trabajo de remodelación de nuestro ser hacia una perfección mayor. Que no una perfección absoluta que solo lograremos en el transcurso de numerosas encarnaciones, aunque sería solo absoluta en el sentido de no necesitar reencarnar, pues solo el Padre es perfecto, según las palabras de Cristo.
Con cada nueva existencia el Espíritu da un paso más por la senda del progreso. Cuando se ha despojado de todas sus impurezas ya no tiene necesidad de las pruebas de la vida corporal.
Amar al prójimo como a uno mismo
Lo que si podemos desde esta existencia es atajar de forma urgente ciertos defectos que nos pueden generar consecuencias desastrosas presentes y futuras. La vacuna y la solución es de todos conocida y en la práctica raramente aplicada: «Amar al prójimo como a sí mismo, y hacer a los otros lo que quisiéramos que se hiciese por nosotros». En su aplicación desaparecen defectos, brotan virtudes que nos dan un estado espiritual superior, una mayor conciencia, un cúmulo de virtudes que nos llevan a progresar de forma segura y firme. Pero cuando no nos conocemos nos autoengañamos fácilmente, reconocemos la sublimidad de este principio en su aspecto teórico, y creemos que más o menos lo aplicamos, pero la realidad es que continuamente vivimos circunstancias en las que literalmente nos lo saltamos a la torera.
Estas infracciones a la ley divina también nos van a llevar a conocernos, tarde o temprano, pero por un camino más tortuoso, el camino del dolor. A través de la ley de la reencarnación sabemos que muchos de nuestros dolores provienen de las acciones que hemos cometido en otras existencias. Pero en general son más los que nos generamos continuamente en esta misma existencia.
Todos aquellos que han sido heridos en su corazón por las vicisitudes y desilusiones de la vida, interroguen con serenidad a su propia conciencia; remóntense paso a paso hasta la misma fuente de los males que les afligen y comprobarán que en casi todos los casos pueden decirse: Si yo hubiera hecho, o no hubiera hecho, tal cosa, no me encontraría en esta situación.
La verdadera sabiduría
La verdadera sabiduría en este mundo no es la inteligencia del científico que estudia y ahonda las leyes físicas del mundo exterior, tampoco es la del gran empresario que por más que consiga materialmente no ha logrado evitarse los grandes conflictos internos, y aunque sean muchas sus posesiones materiales tiene el corazón vacío, como vacíos pueden también quedar sus bienes perecederos. La verdadera sabiduría incluye necesariamente el autoconocimiento, es un recurso impresionante que todos podemos llevar a cabo de forma consciente, y que bien practicado, con verdadera conciencia, nos lleva al dominio del inconsciente y a un avance espectacular.
Podemos pues, efectivamente, acelerar nuestro progreso, nuestra evolución espiritual, aumentando el poder de nuestro consciente, a través del autoconocimiento.
Práctica del autoconocimiento
En la pregunta 919 a. de El Libro de los Espíritus, cuestiona Allan Kardec:
Bien comprendemos toda la sabiduría de esa máxima, pero la dificultad estriba precisamente en conocerse a sí mismo. ¿De qué manera podemos lograrlo?
– Haced lo que yo hacía cuando moraba en la Tierra. Al término de la jornada interrogaba a mi conciencia, pasando en revista cuanto había realizado ese día, y me preguntaba si no había faltado a algún deber; si nadie había tenido que quejarse de mí. Así llegué a conocerme y a averiguar qué era lo que debía reformar en mí. Aquel que, llegada cada noche, recuerde todas sus acciones de la jornada y se pregunte qué ha hecho de bien o de mal, rogando a Dios y a su ángel de la guarda que lo iluminen, adquirirá gran energía para perfeccionarse: porque, creedme, Dios ha de asistirlo. Formularos preguntas, pues, inquiriendo sobre lo que habéis hecho y con qué objeto obrasteis en determinada circunstancia; si hicisteis algo que censuraríais a otra persona; si habéis ejecutado una acción que no os atreveríais a confesar. También preguntaos esto: “Si determinara Dios llamarme en este preciso instante, al retornar al Mundo de los Espíritus, donde nada permanece oculto, ¿tendría que temer el ver de nuevo a alguien?” Examinad lo que pudierais haber hecho contra Dios, después contra el prójimo, y por último contra vosotros mismos. Las respuestas serán un descanso para vuestra conciencia, o la indicación de un mal que es menester curar.
El conocimiento de sí es, por tanto, la clave del mejoramiento individual. Pero, alegaréis vosotros, ¿cómo juzgarse a sí mismo? ¿Acaso no nos engaña nuestro amor propio, empequeñeciendo las faltas que cometemos y haciendo que nos las excusemos? El avaro se cree simplemente ahorrativo y previsor. El orgulloso piensa que lo que posee es tan sólo dignidad. Esto es demasiado cierto, pero vosotros disponéis de un medio de control que no puede induciros a error. Cuando os halléis indecisos acerca del mérito de una de vuestras acciones, preguntaos cómo la calificaríais si la realizase otra persona. Si la reprobáis en los demás, no podría ser más legítima para vosotros, porque Dios no tiene dos medidas para la justicia.
Asimismo, tratad de averiguar lo que piensen de ella los otros, y no descuidéis tampoco la opinión de vuestros enemigos, porque éstos no tienen interés alguno en hermosear la verdad, y con frecuencia Dios los pone a vuestro lado como un espejo para advertiros con más franqueza que la que usaría con vosotros un amigo. Aquel que tiene el serio propósito de mejorarse explore su conciencia, pues, a fin de extirpar de ella las malas inclinaciones, del modo mismo que arranca de su jardín las malas hierbas. Haga, pues, el balance cotidiano de su jornada moral, así como el comerciante hace el de sus pérdidas y ganancias, y os aseguro que al primero le dejará más beneficios que al segundo. Si puede afirmar que su jornada ha sido buena estará en condiciones de dormir en paz y aguardar sin temor su despertar en la otra vida.
Plantead, pues, preguntas claras y precisas, y no temáis abundar en ellas. Bien es posible gastar a diario unos pocos minutos para conquistar una felicidad eterna. ¿Acaso no trabajáis todos los días a fin de reunir bienes que os proporcionarán descanso en la vejez? Ese reposo, ¿no es el objeto de todos vuestros anhelos, la meta cuyo logro os hace que soportéis fatigas y privaciones momentáneas? Pues bien, ¿qué es ese descanso de algunos días, perturbado por los achaques del cuerpo, si se compara con el que aguarda más adelante al hombre de bien? ¿No vale la pena que por este último se hagan algunos esfuerzos? Sé que muchos objetan que lo presente es positivo y lo por venir, incierto. Ahora bien, esta es precisamente la idea que estamos encargados de quitaros, porque queremos lograr que comprendáis ese futuro de una manera que no pueda dejar la menor duda en vuestra alma. Por eso hemos llamado primero vuestra atención con fenómenos tales que impresionaran vuestros sentidos, y después os hemos dado instrucciones que cada uno de vosotros está encargado de difundir. Con este objeto hemos dictado El Libro de los Espíritus.
San Agustín
Muchas faltas que cometemos nos pasan inadvertidas. Si, en efecto, siguiendo este consejo de San Agustín interrogáramos más a menudo a nuestra conciencia, comprobaríamos cuántas veces hemos fallado sin pensarlo, por no haber escrutado la índole y el móvil de nuestros actos. La forma interrogativa tiene algo de más preciso que una máxima, que con frecuencia no creemos que nos esté destinada. Aquélla exige respuestas categóricas –sí o no-, que no da lugar a alternativa. Son otros tantos argumentos personales, y por la suma de las respuestas se pueden computar los totales del bien y del mal que en nosotros residen.
Objetivo práctico
Estas sabias recomendaciones de San Agustín las podemos ir desglosando cada día en una experiencia práctica, organizada, sistemática, planificada, que contenga objetivos, que incluya una frecuente autoevaluación.
Un buen sistema es elaborar una guía práctica escrita, que incluya preguntas, que nos marque objetivos reales, que defina una autoevaluación periódica. Que enumere las virtudes a conquistar de forma pormenorizada, así como los defectos que hay que erradicar. Sería un diario, un cuaderno de autoconocimiento, y en cada página podemos escribir las líneas indelebles de nuestro progreso.
Al elaborar este artículo nos hemos planteado poner algunos ejemplos, preguntas, objetivos, etc. Pero como esas preguntas, objetivos, análisis, ha de ser algo en extremo personalizado esos ejemplos solo lograrían confundir o limitar algo que ha de irse ampliando continuamente por los vericuetos morales de cada uno.
Solo nos resta dar algunas recomendaciones:
La lectura y el estudio espírita donde hallaremos sabiamente desglosados los principios morales, las virtudes y defectos a atajar. En particular el libro de El Evangelio según el Espiritismo.
Si encontramos alguien que lleve a cabo esta misma tarea, ya sea un amigo, un familiar, o un compañero o compañeros en el centro espírita, intercambiar ideas sobre la mejora moral, además de fortalecernos y motivarnos en esta tarea nos puede aportar perspectivas y puntos de vista que nos pasaban inadvertidos.
Y recurramos a la benéfica oración, esa conversación mental simple y sincera con lo Alto, para que ellos también nos ayuden en esta tarea, porque si hay algo en lo que realmente nos quieren y pueden ayudar los buenos espíritus es precisamente en nuestro progreso moral.
Salvador Martín
Copyright cursoespirita.com
Bibliografía:
El Libro de los Espíritus, Allan Kardec
El Evangelio según el Espiritismo, Allan Kardec
El Tesoro de los Espíritas, Miguel Vives
Conócete a ti mismo, Wikipedia