¿En qué momento se une el Espíritu al nuevo cuerpo?
En el momento de la concepción. Es a partir de ese preciso instante que el Espíritu se une fluídicamente al cuerpo, y hasta que el niño nace ese lazo fluídico se va estrechando cada vez más.
Es una unión definitiva desde el momento de la concepción hasta el cese de la vida física, y ningún otro Espíritu podría habitar ese cuerpo. Durante ese intervalo entre la concepción y el nacimiento una turbación comienza a apoderarse del Espíritu, que estaría en el mismo estado que el Espíritu de un encarnado durante el sueño, y a medida que se acerca la hora del nacimiento sus ideas se diluyen, al igual que el recuerdo de su pasado. Entra en una turbación mayor que la del momento de la muerte, y sobre todo más prolongada; con la muerte, el Espíritu sale de la esclavitud, con el nacimiento ingresa en ella.
Provocar la interrupción de la vida a partir del primer instante de la concepción es un gran error. Según las circunstancias de cada caso, con sus agravantes y atenuantes, habrá mayor o menor culpa, pero los responsables tendrán siempre que, como mínimo, reparar el daño cometido, en esta o en futuras existencias. El aborto provocado es una transgresión a la ley divina, los responsables cometen un crimen al quitarle la vida al niño antes de que nazca, e impiden al alma afrontar las pruebas que le corresponden. Ante la ley divina no es tampoco justificable un aborto en razón de ciertas enfermedades, de taras físicas o mentales del niño que va a nacer; pues tras esas difíciles situaciones hay pruebas y expiaciones necesarias para el Espíritu y su entorno familiar. Solo sería justificable un aborto en los excepcionales casos en los que la vida de la madre esté en peligro, y los Espíritus informan que ante el supuesto de que hubiese que elegir salvar una vida u otra, habría que salvar la vida de la madre.