¿Por qué no soy feliz?
La felicidad no es de este mundo decía Jesucristo. Lo cierto es que podemos encontrar muchos momentos felices al lado de grandes amarguras, conquistar una meta que pensábamos que nos traería el summum de la felicidad y sentirnos entonces más vacíos que nunca.
Continuamente vamos tras la búsqueda de este santo grial, una búsqueda que generalmente sólo viene a tratar de satisfacer alguna de nuestras imperfecciones…
Orgullo: tener una posición mejor, ser más reconocido.
Egoísmo: tener más, vivir en un mejor sitio, llenar nuestra cuenta de números, que en lugar de hacernos más felices nos hacen más ambiciosos y temerosos de perder lo que ya tenemos.
Es un gran error buscar la felicidad por estos caminos.
Podremos sentirnos satisfechos, orgullosos, henchir nuestro pecho de gozo observando el paisaje desde nuestra lujosa casa, disfrutar de la conducción de nuestro último modelo de 100 mil euros, y quizá nos sintamos más orgullosos al comprobar que otros nos miran con envidia; tranquilos porque ya no tendremos necesidades y podemos contemplar el futuro sin preocupaciones y dedicarnos a lo que nos apetezca. Tendremos los mejores especialistas y nuestra salud estará también más asegurada. Posiblemente tengamos más amigos, algunos incluso muy orgullosos de nosotros, que nos apreciarán y respetarán por lo que hemos conseguido.
Todo esto suena muy bien en apariencia, es lo que nos han enseñado y vendido continuamente pero lo que ignora la mayoría es que las personas que tienen todo esto no son tan felices como aparentan e igual que el resto de los mortales en lo más íntimo de su corazón se pueden sentir infelices y hasta desgraciados, y más frecuentemente vacíos, sin entender muy bien por qué, si lo han conseguido «todo».
Al lado de las leyes físicas hay otras leyes universales que atañen al campo moral, entre ellas por ejemplo la ley de causa y efecto, la ley de amor, etc. La fórmula de estas leyes no dice Mansión + Yate + Posición social + otros etcéteras materiales = Felicidad. En realidad es muy al contrario porque frecuentemente ese tener más no solo nos ata más a la materia sino que salvo raras excepciones alimenta más nuestras imperfecciones, ese orgullo y egoísmo ya referido. Cuanto más imperfectos moralmente más infelices, es lo que nos dice la aritmética espiritista.
La fórmula que resuelve esta difícil ecuación no es nueva, Jesucristo y muchos otros profetas ya nos habían dado sus claves. Amar, perdonar, conocimiento de uno mismo, humildad, hacer el bien a los demás. Estos sumandos de la fórmula son los mismos que ahora repiten los Espíritus, tratando de despertar nuestras conciencias, dormidas y engañadas por las cuestiones efímeras de la materia.
Si bien la felicidad no es de este mundo si podemos alcanzar ciertas cotas de una felicidad relativa, ciertos atisbos de la verdadera felicidad aumentando el número de nuestras virtudes. A mayor número de virtudes más felicidad, a mayor número de imperfecciones más desgraciados seremos.
En el camino del bien, de las buenas obras, no basta no hacer mal, es necesario ir a la búsqueda del mal ajeno y tratar de aliviarlo, es entonces que estaremos iniciando el camino, dando los primeros pasos hacia la felicidad verdadera.
El bien y el mal que hacemos es producto de las buenas y malas cualidades que tenemos. No hacer bien cuando estamos en disposición de hacerlo es resultado de una imperfección. Si toda imperfección es una causa de sufrimiento, sufriremos no sólo por todo el mal que hayamos hecho, sino también por todo el bien que pudimos hacer y no hicimos.
Para aumentar el número de nuestras virtudes los Espíritus nos recuerdan otra vieja fórmula, muy conocida gracias a Sócrates, era una inscripción en el templo de Delfos: Conócete a ti mismo, y con una parte menos conocida que decía No a los excesos.
El conocimiento de nosotros mismos nos hará detectar las imperfecciones que tenemos que trabajar, día a día, para poco a poco arrancarlas de nuestro ser, como graves enfermedades que tarde o temprano nos harán sufrir. Con la medicina del cultivo del bien, de las buenas obras, del estudio diario de nosotros mismos, analizando que bien pudimos hacer y no hicimos, qué errores pude cometer, y qué puedo hacer mañana para mejorarme.
He ahí el camino de la felicidad. Ni exige una ingeniería, ni dinero para invertir, sólo requiere voluntad y perseverancia.