Video ¿Debemos temer a la muerte?

¿Debemos temer a la muerte?

No, y el temor que muchos tienen, es casi siempre porque la muerte les parece la pérdida, la privación súbita de todo, y en general es fruto de la ignorancia de lo que hay en realidad.

El espiritista sabe que no es así. La muerte es para él la entrada a un modo de vida más rico de impresiones y de sensaciones. La muerte ni siquiera nos priva de las cosas de este mundo. Continuaremos viendo desde el espacio a aquellos a quien amamos y dejamos atrás.

El conocimiento espírita modifica por completo la manera de encarar el porvenir, ya no es una hipótesis sino una realidad. El velo se ha descorrido, el mundo espiritual se nos aparece en la plenitud de su realidad práctica. No es el consuelo de la esperanza sino el de la certeza. Los espíritas saben que la vida futura no es más que la continuación de la vida presente, aunque en mejores condiciones. Como no hay duda el miedo pierde su razón de ser y se ve venir como una liberación, pues se trata de la puerta de la vida y no de la nada.

En lugar de ahuyentar la idea de la muerte sepamos encararla cara a cara, descubriendo lo que es en realidad.

Tarde o temprano, tenemos que quedar libres del envoltorio carnal, y cada vez que, alrededor nuestro, distribuye sus golpes, la muerte, en su esplendor austero, se torna una enseñanza, una lección soberana, un incentivo para que trabajemos mejor, para hacernos preguntas, para aumentar constantemente el valor de nuestra alma.

Ciertas religiones enseñan, que las condiciones buenas o malas de la vida futura son definitivas, irrevocablemente determinadas por ocasión de la muerte y esa afirmación perturba la existencia de muchos creyentes.

La Revelación de los Espíritus dilapida estas aprensiones; nos trae sobre la vida después de la muerte indicaciones exactas; disipa la incertidumbre cruel, el temor a lo desconocido que nos atribula. La muerte, nada muda a nuestra naturaleza espiritual, a nuestros caracteres, lo que constituye nuestro verdadero «yo»; sólo nos vuelve más libres, nos dota de una libertad, cuya extensión se mide por nuestro grado de adelantamiento. De uno, como de otro lado, tenemos la posibilidad de hacer el bien o el mal, de progresar.

El amor que nos llama a este mundo, nos atrae más tarde para el otro; y en todos los lugares, nos esperan amigos, protectores, ayuda. Mientras que en este mundo lloramos la partida de uno de los nuestros, como si él fuese a perderse en la Nada, arriba, nuestros seres etéreos glorifican su llegada a la verdadera vida, del mismo modo que nosotros nos regocijamos con la llegada de un bebe, cuya alma viene de nuevo, a irrumpir a la vida terrestre. ¡Los muertos son los vivos del cielo!

También se teme a la muerte a causa de los sufrimientos físicos que la acompañan. Sufrimos, es verdad, en la enfermedad que antecede a la muerte, como sufrimos también en las enfermedades de las que nos curamos, pero ya sea por enfermedad o accidente en el instante de la muerte, nos dicen los Espíritus, casi nunca hay dolor; se muere igual que uno se adormece.

El conocimiento que nos haya sido posible adquirir de las condiciones de la vida futura ejerce gran influencia en nuestros últimos momentos; nos da más seguridad; abrevia la separación del alma, pero también el tipo de comportamiento que hayamos tenido puede hacernos desprendernos antes incluso del momento de la muerte, de ahí las numerosas visiones psíquicas de los moribundos. Que entran muchas veces en posesión de sus sentidos psíquicos y perciben los seres y las cosas de lo Invisible. Son muchos los ejemplos presentados por numerosos investigadores.

Después de la muerte, el único juez, el único verdugo que tenemos, es nuestra propia conciencia. Libre de los estorbos terrestres, adquiere ella un grado de perspicacia, difícil de comprender para nosotros. Adormecida muchas veces durante la vida, despierta después de la muerte y su voz se eleva; evoca los recuerdos del pasado, los cuales, desprovistos enteramente de ilusiones, le aparecen bajo su verdadera luz, y nuestras menores faltas se vuelven la causa de incesantes pesares.

En definitiva no temamos a la muerte, en realidad todos los días vivimos un proceso parecido al de la muerte, pues durante el sueño se produce la liberación parcial del alma, que regresa temporalmente a su verdadero hogar.

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